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Publicado por
ANTONIO CASADO
León

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HEMOS vuelto a escuchar un argumento recurrente del PP: En las fechas inmediatamente posteriores a los atentados del 11-M el ministro del Interior, Angel Acebes, se limitó a contar en tiempo real lo que le contaban a él las Fuerzas de Seguridad del Estado. No es verdad. Tampoco hacía falta una comisión parlamentaria para saber que, como seguramente hubiera hecho un Gobierno del PSOE, la información policial que recibía el ministro pasaba por un filtro político y se adaptaba a las conveniencias electorales del partido gobernante. De ahí viene lo que Rubalcaba calificó de «mentiras»: «Los españoles no se merecen un Gobierno que miente». Mensaje sencillo pero de sofisticada elaboración. En nombre de los intereses electorales del PSOE se clavó como flecha envenenada en el corazón de la causa electoral del PP. Su eficacia fue plena porque era el dardo de la verdad. ¿Mentiras? La palabrita estaba cargada de intención política. Sería más riguroso hablar de restricciones mentales, verdades a medias, dosificación de novedades al paso de las horas, amplificación de la pista etarra, sordina a la pista islámica y congelación de datos que destapaban lo evidente a cierta hora del jueves 11 por la noche o a lo largo del viernes 12, a fin de preservar el mantenimiento de un estado de opinión entre los votantes. En aquellos momentos Aznar y el PP fueron rehenes de su ansiedad. Eso explica episodios tan absurdos como marginar al CNI en las reuniones del gabinete de crisis. El CNI era un mensajero insumiso desde que sus informes previos sobre armas de destrucción masiva en Irak o las supuestas relaciones de Sadan Hussein con Al Qaeda no encajaban en los planes del Gobierno Aznar. Volvió a ser insumiso cuando Jorge Dezcallar se resistió a desmentir a la Ser, aquel sábado 13, respecto a la posible existencia de comandos suicidas en los trenes de la tragedia. No fue el único que consideró errónea aquella ansiedad de Moncloa (Aznar, Timmermans, Aragonés) por desmentir a medio mundo.