Diario de León
Publicado por
CARLOS CARNICERO
León

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AHORA resulta que la Medalla de Oro del Congreso de los Estados Unidos que se le impuso a José María Aznar la hemos pagado todos nosotros por vía presupuestaria y por acápite reservado. En principio, que las cosas en Estados Unidos se consigan pagando, incluso las condecoraciones, no deber producir sorpresa en un país en el que los grupos de presión están regulados p or ley y el tráfico de influencias es una sana costumbre calvinista. Aquí lo que sorprende es que un amigo tan privilegiado de George W. Bush, como presumía ser el ex presidente del gobierno, tenga que pasar por taquilla para tener reconocimiento. Y sorprende más que el ex presidente no fuera capaz de pagar los caprichos de su propio bolsillo. Dos millones de dólares es una cantidad importante para recibir un galardón, sobre todo con los pagos que se habían realizado con anterioridad: la foto de Las Azores -de un valor político impagable para quien tenía que buscar compañeros de viaje en la vulneración de la legalidad internacional- , el disgusto y la contrariedad de los millones de españoles que se pasearon por las calles de España protestando contra la guerra, los soldados enviados a Irak, el deterioro del eje europeo... El crédito de José María Aznar con la opinión pública está metido en una vorágine de gasto difícilmente soportable para los méritos acumulados por el político más avezado. Resulta difícil imaginar un día en el que los periódicos no nos revelen un nuevo dato de la personalidad y los comportamientos políticos de Aznar que no interfieran en la imagen que él mismo se fabricó para pasar a la historia. Es pronto para calibrar si esos pagos para conseguir una medalla constituyen un delito. Me acuerdo ahora de que se le quiso meter en la cárcel a José Luis Corcuera porque unas navidades regaló unas modestas joyas a las esposas de sus colaboradores, nada parecido ni que se le acerque al valor, a lo que nos ha costado la medalla que le hemos regalado entre todos a José María Aznar. Lástima que se la hayan comprado sin consultarnos y escondiendo la factura, con una especie de fondos reservados del Ministerio de Exteriores. Lo que sorprende es que Aznar, que nunca pareció tonto, no se percatara de que el poder es efímero y que cuando se sale de él, siempre hay un desaprensivo que levanta las alfombras.

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