Diario de León
Publicado por
G.V. FERNÁNDEZ
León

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EL ANUNCIO ese que pregunta por qué una llamada con Telefónica cuesta el doble que con otra compañía nos sirve para preguntarle a la Universidad de León por qué la carrera de empresariales aquí dura como término medio más del doble de lo establecido por el ministerio de Educación y Ciencia. Porque el diseño de las carreras -de todas las carreras- las hace el MEC y la Unión Europea y tiene una duración establecida. En cambio, la Universidad de León «conoce», puesto que publica estas estadísticas, que en la Facultad de Económicas y Empresariales se produce esta «disfunción». Lo sorprendente es que un «sobrepeso» en el límite de carta alertaría a todos los organismos implicados para corregirlo. No se puede «mantener» un desfase de tantos años sin que crujan las instituciones. Me extraña que ni padres, ni alumnos, ni administración hayan protestado. Porque así como no nos vale que un desaprensivo alardee de que conduce rebasando más del doble el límite de velocidad, tampoco podemos consentir que una carrera de tres años se convierte en una carrera de 6,3 años en la Universidad de León. Parece que circula una explicación complaciente que maquilla ese desastre académico. La explicación resaltaría que «aquí el nivel es muy alto». Pues mire, no. A mí como padre que financio la carrera de mis hijos no me resulta nada halagüeño eso del nivel muy alto. No debe satisfacer a nadie. Los estudiantes no van a la universidad para exhibir un medallero. Para eso se va a la guerra. Los estudiantes van a la universidad para obtener una licenciatura. Licenciatura que como el mismo nombre indica, «da licencia» para el ejercicio de una profesión. Los profesores no pueden -no deben- confundir su labor docente con su labor investigadora. Por muy encomiable que sea esta última no puede -no debe- impregnar su temario de clase. Porque en una carrera de tres años, entra lo que entra en esos créditos. Que también podía estudiarse chino, está claro; pero no es el caso. Que también se podría rizar el rizo y ser más papistas que el Papa en cuanto a altura y calidad de conocimientos, pero tampoco es el caso. Las carreras están emparedadas por una serie de limitaciones. La más objetiva son los años de duración. Y en esos tres años hay que meter lo que el tiempo de duración dé para enseñarlo. Si queremos enseñar más de lo que entra en esos dos años, estamos alargando «indebidamente» la carrera. Y el profesor y la universidad no están legitimados para alargarla. Quizá lo que tienen que hacer esos profesores incontinentes es extirpar de cada carrera todos los conocimientos obsoletos que se han ido adhiriendo a la carrera y que nos resulta difícil eliminar porque vivimos de tópicos. Tras esta poda, quizá haya tiempo para culminarla en el plazo establecido. Existen también otras limitaciones. No es la de menos importancia el mantenerse dentro del grado de dificultad o de calidad de conocimientos fijado por el ministerio. Como este tope no resulta tan visible como la duración de la carrera, se producirán exageraciones en unos casos y en otros conformismos. Para salir de este atolladero, lo mejor es que la fijación de los niveles de estos conocimientos no los fije una persona sola, por muy catedrática que sea. El catedrático siempre tendrá el vicio de considerar importante la materia que fue objeto de su tesis doctoral y se empeñará en hacerla aprender a todos sus alumnos... Pero quien más tiene que decir sobre los niveles óptimos de una carrera es el mercado del trabajo. La actividad profesional que vayan a desarrollar los diplomados o los licenciados, es la que da la medida del nivel. Embutir más conocimientos de los que van a poner en práctica es un vicio de la universidad napoleónica. El pragmatismo americano elaboró un procedimiento rápido, económico y fiable para improvisar aviadores en la segunda guerra mundial, erradicando de dicha carrera todo el romanticismo que la empapaba. Algo parecido hemos hecho después con las autoescuelas. Por tanto no se consentirá hinchar el perro por muy loables que sean las intenciones. De buenas intenciones está el infierno lleno. Y las buenas intenciones de los profesores, son las que tienen cabida en la legislación. Para que la carrera pueda tener lugar en el trecho temporal asignado también es de aplicación que los profesores apliquen medidas evaluatorias comprensivas. Si son reduccionistas y siguen vendidos a su examen tradicional pues también aquí tienen que someterse a determinadas reglas. Por principio los profesores contemplan el examen como una oposición. Al alumno se le pone una pregunta y un problema y si no responde adecuadamente suspende. No puede ser así. En una oposición se extrae un boleto como en la bonoloto y si no se sabe responder correctamente, pues vd. suspende. Naturalmente, que se responde adecuadamente aprueba. Quizá el opositor-estudiante tuvo la suerte del acertante de la bonoloto: tenía ese número pero no tenía ninguno más. Pobre bagaje. Pero ha aprobado. Para soslayar que haya aprobados «indeseables» y que haya suspensos «inmerecidos» se ha inventado el sistema métrico decimal y el examen representativo. El examen representativo no se da cuando en Contabilidad Financiera (aplicación) se propone una pregunta teórica y un problema o caso práctico. Esto es un examen azaroso. Una pregunta no hace referencia más que a una ínfima parte de la materia dada. Quizá un alumno sólo sabe esta ínfima parte y aprueba y quizá otro sólo ignora esta ínfima parte y suspende. Esto es una injusticia. El profesor deberá distraerse un poco de sus labores de investigación y construir un examen «que cubra la totalidad de la asignatura». Quizá le lleve algún esfuerzo, pero como él es un investigador, asumirá el reto. También acatará la decisión napoleónica de someterse al sistema métrico decimal. Esto quiere decir, aplicado a un examen, que la totalidad del examen propuesto vale 10. Para no tener que hacer un uso engorroso de los decimales, puntuemos sobre 100. Así que el examen vale 100 y cada examen a su vez está integrado por 10 preguntas. Cada pregunta a su vez está integrado por 10 items. De este modo es fácil contar lo que ha respondido cada alumno y en consecuencia el abanico de notas será amplísimo. No se producirá ningún abotargamiento del profesor al confrontar 133 exámenes de texto informe sino que tendrá 100 cortas secuencias a cada una de las cuales tendrá que calificar con 1 ó 0. De este modo, el profesor evita el bochorno de responder en la sesión de revisión de los exámenes con ambigüedades como «tienes una mala nota en el teórico porque me has dicho las respuestas con tus palabras». ¿Oiga, pero eso que considera indeseable, no es muestra de que el alumno ha interiorizado el tema y, en consecuencia, lo expone creativamente y no como un papagayo? O explicaciones de este otro jaez: «en la parte teórica te has disgregado un poco»... Y eso, ¿qué es? Si aplicamos estos procedimientos, la carrera de 3 años se hará en 3 y la de 6 en 6. Lo que impera en la carrera de Empresariales -lo mismo que otras muchas- es una absoluta falta de objetividad, un personalismo trasnochado, unos conocimientos obsoletos alejados de las necesidades del mercado y una absoluta falta de respeto a los alumnos, a los padres de los alumnos y a las autoridades ministeriales. Alguien tiene que poner coto a este despropósito de que una carrera de tres años precise como término medio de 6.3. ¡Insoportable!

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