Diario de León
León

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AFIRMAN en las televisiones que lo de Carmen Ordóñez fue vivir intensamente. Lo dicen como si lo suyo es comparable a la breve pero fructífera carrera de James Dean, Marilyn o la de Paquirri.  La intensidad de la nada. Choca escucharlo en televisión española, cadena que se supone ha de marcar cierta diferencia de estilo respecto a la mera voracidad mercantil de las privadas. No, en lo de Carmen Ordóñez no hubo intensidad alguna, al menos ninguna que merezca ser ensalzada. Un periódico nacional prefirió dar su foto a toda página en primera con tal de no destacar la importancia informativa del consejo de ministros celebrado en León; allá ellos, pero se les vio el plumero.  Ordóñez merece nuestra compasión y respeto, pero sin admiraciones que puedan sembrar equívocos. La intensidad es otra cosa. Aquiles prefirió una vida corta pero gloriosa a una vida larga pero que implicase ser olvidado después de muerto. Las televisiones están difundiendo semblanzas que pueden confundir a los más jóvenes. No, su vida fue un gran fracaso vital: clínicas de desintoxicación,   vendía su  intimidad a cambio de dinero, conoció el deterioro físico en plena juventud... y no deja una obra que la sobreviva: nada. Aún así, son deleznables las palabras de Jaime Peñafiel sobre lo liberados que se habrán sentido los hijos. Dudo que en todas las páginas y reportajes publicados y que se publicarán haya más de dos línea sobre alguna actividad profesional destacable. Fue una víctima de sí misma y de las malas compañías. No fue una mujer libre, en cuanto era dependiente. Descanse en paz. Debió de ser una mujer dotada para la amistad, con el encanto de los seres frágiles. Pero la intensidad, en efecto, es otra cosa.

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