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Publicado por
CARMEN BUSMAYOR
León

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SIN DUDA, este verano se pasea por aquí con escaso convencimiento. Pese a ello, emprendemos o planificamos nuestras tan esperadas como merecidas vacaciones anuales dentro y fuera de la geografía peninsular, dirigiendo nuestras inclinaciones de escasa manera a los países nórdicos. De ahí que Noruega, el lugar de los fiordos y del sol de medianoche, no es muy frecuentada por los turistas españoles, ni tampoco por los restantes extranjeros, no obstante sus abundantosas maravillas y exquisito trato, debido más que nada en el caso español a su elevado coste. O lo que es lo mismo, digamos que el euro, esa moneda que con premeditación un tanto alevosa nos ha desplazado nuestra inolvidable peseta (confieso que aún sigo sintiendo una irrefrenable debilidad por la misma, puesta de relieve en el hecho de que aunque no la veo físicamente, cada vez que opero con euros, igual que un cuantioso número de los habitantes de la piel de toro, hago la equivalencia en rubias) no tiene nada qué hacer frente a la corona noruega. Ella lo domina y desborda todo hasta el punto de sacar a la luz la debilidad de nuestro bolsillo, situación muy comprensible, por otra parte, si consideramos el elevadísimo nivel de vida de este país escandinavo refrendado, por ejemplo, por el hecho de que el sueldo medio sobrepasa los tres mil euros. Y digo el sueldo medio y no el salario mínimo interprofesional debido a que allí no existe tal. Pero como quiera que en esta vida casi todo posee algunos alicientes o ventajas, la aludida mermada afluencia turística no podía escaparse a tan genérica aseveración. Pues ventaja y muy salutífera es el poder ir de un sitio a otro sin aglomeraciones, empellones, choques y estresantes espantos. Ventaja, sí, el poder recrearse con claridad espacial en la sorprendente y relajante naturaleza con que ha sido dotada esta tierra apta para una serena convivencia, fronteriza con Suecia, Finlandia, Rusia y a escasos kilómetros de Dinamarca, sitio donde acuden los descendientes vikingos a surtirse del botellerío alcohólico dadas las rigurosas medidas conducentes a su mínimo consumo, entre las que descuella el desorbitado precio de tan líquido producto, algo similar a lo que acontece con el tabaco. Por ello cuando estos hombres pacíficos sobre cuyas cabezas sobrevuela con tanta frecuencia el pájaro del suicidio, arriban a este país que casi nadie de nosotros llama por su nombre pero que se llama España se ponen morados de lo uno y de lo otro. Que bien está que se eche el freno, pero que en el caso del tabaco creo que se pasan un poco, ya que no me digan que no es pasarse prohibir fumar en las habitaciones hoteleras, y que conste que lo digo desde mi condición de persona que no ha consumido ni un paquete de tabaco en su vida. Sin embargo hay que acatar tan férreas medidas, de lo contrario hay que atenerse a las consecuencias, consecuencias, en ocasiones inolvidables. Pues no creo yo que al español de quien me hablan se le haya ido de la bola el haber tenido que pagar la salida de los bomberos cuando en un acto de osadía y no menor ingenuidad hizo caso omiso de la señal prohibitiva existente en su habitación, comenzó a disfrutar con escasa parsimonia de la contemplación de las volutas del humo de su cigarrillo y saltaron las alarmas de incendio, debiendo costear, insisto, los honorarios de tan apresurados, urgentes obreros, quienes a diferencia de la policía nunca llegan a su destino en bicicleta, caballo o patinete. No obstante, si en el asunto del tabaco se pasan, en otras cosas debemos tomar buena nota de ellos. ¿Pues cómo no admirar la sencillez imperante en sus pequeñas casitas de madera, en su vestimenta y sobre todo en sus cuidados cementerios? Francamente, apabulla la humildad de los lugares donde reposan sus muertos. Allí no se sabe quién es el rico, ni quién el pobre. Sólo una pequeña lápida de piedra o metal con una inscripción, además de unas petunias, begonias o rosas frescas en muchas ocasiones indican la tumba que contiene la urna con las cenizas del muerto. En fin, todos iguales. ¿Y aquí? ¿Qué me dice de aquí, preocupados por conseguir el mayor número de coronas, o al menos no quedarse atrás, preocupados también por alcanzar el mejor panteón o mausoleo y si se pudiese un cementerio particular como signo de distinción? Hemos de emular, además, a tales escandinavos en su mucha previsión y ahorro. ¿Pues cómo designar al hecho de que siendo el primer país del mundo productor de petróleo, consciente de que sus reservas durarán unos cuarenta o cincuenta años, imponga a sus propios habitantes unos precios tan elevados en el consumo de productos derivados de esta fuente de energía? No hay más que fijarse en las gasolineras. Hablan por sí solas. Llenar el depósito del coche allí resulta bastante más caro que aquí que somos importadores. Sin embargo, aunque a simple vista parece incomprensible, se trata de una buena y pensada medida, pues en ese precio se incluye un impuesto que va a parar a un existente fondo del petróleo con el objeto de que el día en que éste les diga adiós y sea entonces cuando llamen a las puertas de la Unión Europea, que entonces habría que mandarlos a paseo (algo que no sucederá, pues siempre les quedará su golosa pesca), puedan tirar de dicho fondo. Y continuando con la aludida imitación de ciertas bondades noruegas, convendría., asimismo, que nuestros gobiernos considerasen su acertada política sobre la natalidad y en ningún momento desdeñasen la universitaria con su peculiar sistema de créditos, devueltos cuando el estudiante se convierte ya en trabajador y en muy cómodos plazos. Sólo por lo anterior Noruega ya merece ser objeto, al menos, de nuestra curiosidad, pero además por el ofrecimiento, aunque no sea a módico precio, de poder recrearnos en la contemplación casi mística de la majestuosidad del alce y del reno, de los glaciares que silentes lamen las tranquilas aguas de los fiordos, los bénificos troles (especies de duendes que surcan los bosques) y viajar en el fascinante tren de Flam. Por todo, que Grieg, Vigeland, Ibsen, los mineros de Roro , los pescadores de Traena, la «Venecia del Norte» y la ciudad de las tres islas me aguarden. Volveré. Prometo.

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