BURRO AMENAZADO
Escupitajos
HACE AÑOS, la sociedad, preocupada por la higiene, decretó la prohibición de escupir en calles, lugares públicos, trenes y autobuses. Era resultado de primar conductas educadas, un saber vivir elegante, ligado a la voluntad de erradicar enfermedades infecciosas, como la tuberculosis. Ha tenido que llegar la Eurocopa y los lapos del italiano Francesco Totti a la cara del danés Christian Poulsen, y el del suizo Alexander Frei a la nuca del medio inglés Steven Gerrard, para condenar a estos futbolistas guarros, energúmenos salivares, a no disputar más partidos del torneo en el que España, la furia roja, hizo el ridículo. Nadie se explica por qué los del balompié escupen tanto. Cada carrerita o regate logrados, fallo o remate a las nubes, terminan con el césped recibiendo un gapo. Parece como si escupir fuese un gesto sólido, de fiereza y seguridad, igual que beber alcohol o fumar ayudan a ciertos tímidos a envalentonarse. Hay quien explica este hábito futbolero por la aceleración brutal del ritmo cardíaco y el estrés de la respiración, forzados por el sube y baja a portería. Entonces: ¿por qué los ciclistas, extenuados por la subida al Tourmalet o Alpe d'Huez, no practican el gargajo? Lo mismo puede comentarse de los atletas, sean velocistas, de medio fondo o maratonianos. Estos últimos deportistas manifiestan elegancia y disciplina en sus competiciones. Uno se pregunta por la vulgaridad escupitera enseñoreada del fútbol. A ningún jugador de balonmano o rugby, deportes de contacto, viriles y rudos, se le ocurriría la cenceñez de escupir al contrario. Las estrellas del fútbol, engreídas y superpagadas, se muestran en el campo como niños groseros, partidarios de la trifulca barriobajera, olvidados de la deportividad. Enseñan al público la cara fulera de no saber perder. Chulos con borceguíes, considerados metrosexuales por juntar hombría y y sensibilidad, dan vergüenza. Estos gilipollas necesitan unas clases de urbanidad.