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Publicado por
MIGUEL A. VARELA
León

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Gilberto Gil, ministro de un gobierno que ha despertado en buena parte del mundo una enorme expectativa de un cambio posible, de una revolución ordenada, es, sobre todo, músico que, bebiendo de los sonidos populares brasileños, ha llevado la canción de su país por todo el mundo. Hace unos días ofreció un concierto en Santiago ante varios miles de entusiastas seguidores. Y el ministro / cantante se dirigió a su público en español. «En portugués», le reclamó a gritos entonces una parte de los espectadores. «Hay que ser más internacionalista», se atrevió a responder a aquel grupo. Y esa parte del auditorio castigó con silbidos su esfuerzo de usar una lengua ajena con la que todos los presentes podían comunicarse. En Bilbao, meses atrás, asistí a un suceso similar en un congreso de artes escénicas. Después de que el francés presidente del Instituto Internacionaldel Teatro tuviera la cortesía de leer su conferencia en un castellano que no dominaba, el responsable de no sé muy bien qué departamento cultural de la institución vasca que financiaba el encuentro no tuvo el menor inconveniente en usar los servicios de traducción simultánea para que los cuatrocientos asistentes a su charla (buena parte de los vascos allí presentes incluidos) pudiera entender su intervención en euskera. Por un instante quise creer que el uso del vasco en un entorno donde había una lengua común se debía a que el conferenciante ignoraba el castellano pero, según su currículo, había dado clase en una universidad murciana por lo que sólo una obcecación enfermiza podía explicar aquella, por decirlo suavemente, falta de cortesía. O quizá los que silbaron a Gil y el vascoparlante del ejemplo prefieren la reafirmación del «yo» antes que, sencillamente, poder comunicarse.

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