Diario de León

PANORAMA

Agosto de llamas y pateras

Publicado por
FEDERICO ABASCAL
León

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CUANDO un bosque, bosquecillo o matorral se quema, algo muy nuestro se quema, riqueza del país que habitamos y que nos pertenece, murallas naturales contra la desertización, fábricas de oxígeno, paisajes deleitosos. El calor de agosto, y de julio, anima el fuego, y el fuego se hace noticia ecológica, económica, social, profundamente humana. Y como protagonistas indeseables y huidizos de los incendios de todos los veranos, los desaprensivos que van a comercializar la madera quemada, y a los que ninguna ley, a pesar de tantas promesas de tantos Gobiernos, todas incumplidas, prohibe que obtengan beneficio de tanto y tanto siniestro. La política se va de vacaciones en agosto, y ocupan su espacio en los medios de comunicación relatos literarios, reportajes de archivo, artículos de humor sobre la vida ociosa..., dejando un lugar y algunas portadas a los incendios y, ay, a las pateras naufragadas que descargan sus muertos, magrebíes o subsaharianos, cerca de la orilla de este lado del mar, a la vista de Algeciras ayer, a punto de alcanzar mañana algún acantilado de Canarias o una playa granadina o malagueña, donde atracan pateras de lujo de jequecillos árabes y de algún traficante en armas o tantos blanqueadores de dinero culpable. Dice el ministro marroquí de Asuntos Exteriores, Mohamed Benaissa, que España y Marruecos están ganando la batalla a la inmigración irregular, y es posible que las buenas relaciones bilaterales, afortunadamente restablecidas, reduzcan el problema, pero la llamada de la Europa opulenta es muy fuerte, irresistible en las zonas más deprimidas de África, por lo que no sirve poner puertas a ese fenómeno migratorio, constante en la Historia de la Humanidad, vaya el pino en busca de la palmera o la palmera ascienda hacia en Norte en busca de una vegetación más rica, de un puesto de trabajo, de una esperanza de supervivencia. Huye la política en verano de los medios de comunicación, salvo la atribulada que producen Irak u Oriente Próximo, como si los incendios forestales o la emigración en pateras no fueran síndromes de un política mal hecha o de problemas políticamente mal tratados. La emigración hacia la Europa opulenta es fiel reflejo de las desigualdades Norte/Sur, a las que es difícil poner remedio, tanto por la cicatería inversora del mundo rico en las zonas africanas de economía más desesperanzada como por la corruptela de unos Gobiernos autoritarios nada habituados a administrar el dinero en favor de sus pueblos. Ya empiezan en Marruecos a airearse consignas disuasorias de la inmigración irregular, a la que sólo esperaría como destino «la repatriación o la muerte». Pero ningún consejo, prohibición teórica o buenas intenciones inaplicadas de gobernantes podrían frenar los movimientos migratorios, que se rigen por leyes históricas y, especialmente, por el derecho a sobrevivir. Los incendios forestales, en cambio, podrían reducirse si una legislación adecuada prohibiese que el porcentaje de pirómanos en busca de un beneficio, la comercialización de la madera quemada, pudiera lucrarse de estas catástrofes que a los demás nos empobrecen.

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