Cristianos de Irak

EL MUNDO nunca ha sido un lugar muy seguro. Sus condiciones de habitabilidad eran muy escasas cuando los primeros pobladores se refugiaban en las cavernas, pero poco a poco, como hila el tiempo los siglos, se ha alcanzado un cierto confort en los países pudientes. Ahora se vive más y mejor, pero como quedó demostrado con el derrumbamiento de las Torres Gemelas, en cuanto a seguridad se ha progresado poquísimo. Tradicionalmente han venido siendo las iglesias y las bibliotecas públicas los lugares donde existe el menor riesgo. En las iglesias porque se congregan personas de idénticas creencias y en las bibliotecas porque no hay nadie. En Irak ya es más difícil encontrar esos ámbitos de paz: las bibliotecas han sido desmanteladas y ahora empiezan los atentados contra los templos. Los lugares de culto y los lugares de cultura están amenazados por los fanáticos que creen que su religión es la verdadera y le niegan a todas las otras su capacidad de consuelo. Luchar contra la religión es inútil, ya que son hijas de dos cosas que nunca nos abandonarán: la esperanza y el miedo. Del infinito desvalimiento del ser humano y del absurdo afán de perpetuarse en otra vida un poco mejor organizada nace la dimensión religiosa, que es algo variable en cada uno. Exceptuando algunos cardenales, es muy raro encontrar a una persona que jamás haya dudado de la existencia de un ser superior, incluso entre los que descartan su existencia. Heinrich Boll decía que le aburrían mucho los ateos porque siempre estaban hablando de Dios. Cinco personas han muerto rezando, o sea, pidiendo algo o mostrando su gratitud porque les fue concedida una cosa que habían pedido con anterioridad. ¿Eran sirios ortodoxos, católicos armenios y caldeos los muertos cuando oraban? Era domingo y estaban en misa, eso es lo único que se sabe. Lo que se teme abarca muchas más cosas, entre ellas una nueva modalidad de guerra de religión. Algo que impida, discutiendo sobre la vida eterna, que haya vida durante la vida.