Diario de León
Publicado por
RAFAEL TORRES
León

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DE PEQUEÑO, cuando mi padre me llevaba al Museo del Prado, un cuadro me impresionaba vivamente, una joven amamantaba a un anciano. Todas la pinturas en el Prado, en realidad, me impresionaban, pero aquella me clavaba en el sitio mientras trataba de desvelar su misterio, si bien el misterio inscrito en aquél lienzo no era otro que el misterio de la vida. Como cada vez que visitábamos el museo, mi padre, ante mi actitud, me contaba la historia contenida en aquél cuadro fascinante: el anciano había sido condenado a morir de hambre, pero su hija, que andaba criando, le proporcionaba su leche nutricia cuando le permitían visitarlo en su mazmorra. Pasaba el tiempo y el anciano no moría, y tanto pasó el tiempo y tanto se asombró de su supervivencia el tribunal que le había sentenciado que al final dictó el indulto por no hacerse efectiva, milagrosamente pensaron, su condena. Pues bien; ese mismo milagro, volvió a reproducirse el otro día en un mar maldito infestado de desesperación y tiburones. Trece días duró el infierno a bordo de la embarcación en la que casi un centenar de dominicanos comidos por la miseria se habían echado al mar con la esperanza, pronto rota, de arribar a la tierra de promisión de Puerto Rico. Pronto se acabó el agua y las escasas provisiones de los náufragos de la vida, y el horror, la muerte y la locura se fueron adueñándose la nave. Extraviados en el océano, algunos desesperados se arrojaron al agua, otros comieron la carne e los que morían, pero una mujer que recién había parido antes de embarcar, amamantó con su leche a treinta compañeros de infortunio hasta que, agotada y víctima de una hemorragia devastadora, murió y su cuerpo exánime fue arrojado al mar. No sabemos quién era esa mujer, pero su imagen maravillosa cuelga de una e las paredes del Museo del Prado.

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