EN EL FILO
Desde Caracas, con esperanza
EL QUE GANE tendrá que tenderle la mano al derrotado, porque es la única forma de suturar la inmensa fractura social que desgarra Venezuela. Pasearse por la Plaza Simón Bolívar, recorrer el centro histórico de la ciudad, es un viaje espacial desde cualquiera de los barrios residenciales, donde los ranchitos de las laderas son solo satélites invisibles desde los años de la opulencia del petróleo. Ahora, la clase media se siente abandonada, y todos los venezolanos corren a ocupar su lugar en la pirámide social, aparentando que tanto placer les provoca quienes les pisan la cabeza desde un poco más arriba como aplastar la de quienes están por debajo. Recorrer Caracas con pretensiones de observador internacional no posibilita un diagnóstico ni certifica la razón de nadie. Todo el mundo tiene su capítulo de agravios, pero el universo venezolano está condensado en una historia en la que mucho más de la mitad de la población no ha conocido otra cosa distinta de la marginalidad, la enfermedad y la miseria. Si el populismo es una receta sostenible o si es una falacia insoportable sólo es cuestión de perspectiva. Si el escorzo se realiza desde los salones del Hotel Tamanáco, al gobierno venezolano seguro que le falta glamour y se considera que despilfarra el dinero del petróleo en programas sociales para mejorar las condiciones de los desesperados y atraparles el voto. Si el observatorio se sitúa en los barrios colgados de las laderas de Caracas, el presidente Chávez sólo se ha tomado un respiro de revancha en la gran fiesta de la corrupción venezolana, donde los políticos institucionales han creído desde siempre que los pozos de petróleo solo podían producir saqueos desde una empresa estatal que se manejaba como una finca de unos pocos. Pase lo que pase, el domingo, y aquí en Caracas hay pronósticos para todos los bolsillos, es decir, para todos los gustos, será difícil ya que el resultado no sea aceptado, porque demasiados observadores internacionales certificarán que el juego está siendo limpio. Quien saque los pies del plato, en esta ocasión, y juegue sucio, se arriesga a quedarse fuera de la partida política que se tiene que jugar en Venezuela. Quizá es el último aviso. El reto del ganador es la integración y la soldadura de esta sociedad venezolana cuya mitad del alma ni siquiera odia a la otra media, porque brutalmente la desprecia. La integración es una obra de ingeniería política de primer nivel y en ese envite ya no tienen sitio ni los golpistas, ni los ladrones ni los tramposos. Que cada venezolano elija su posición.