Diario de León
Publicado por
MANUEL ALCÁNTARA
León

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APENAS EMPEZADOS los Juegos Olímpicos, ya se han batido las plusmarcas mundiales de control antidopaje y de vigilancia policial. 70.000 agentes velan por la seguridad de los atletas y de los espectadores y muchos médicos husmean en los privilegiados organismos de los deportistas para asegurarse de que no han sido potenciados por la farmacopea clandestina. Decía Indro Montanelli que los griegos de la antigüedad eran un país de hinchas. Desconocían el doping. Ni Platón, ni Aristóteles se tomaron nunca una aspirina, ni un nolotil. Sus importantísimas cabezas no les dolieron jamás. Ahora todo son quebraderos de cabeza. El mayor, de momento, la expulsión de un judoka iraní, por negarse a pelear contra un israelí. Se comprueba, de nuevo, que el deporte está lejos de ser el esperanto en el que pueden entenderse todas las razas y todos los hombres. Nos habíamos hecho ilusiones de que la política fuera pospuesta durante unos días al ver a Naomí Campbell, mixta de mimbre y pantera, portando durante un rato la antorcha olímpica por las calles de Atenas. Luego nos enteramos de que los solícitos hombres blancos que la acompañaban eran sus guardaespaldas. Después vino el escándalo de los dos atletas griegos, que quisieron aprovecharse del factor campo para eludir los controles oficiales del COI. Quiere decirse que los Juegos, más brillantes que nunca, son también más turbios. Si Píndaro viviera, en vez de epinicios en loor de los vencedores, haría epigramas para zaherir a los comités olímpicos. Ya no es cierto eso de que

, frase atribuida a Cubertín, que se la plagió al obispo de Filadelfia, del mismo modo que eso del miedo escénico, que se le adjudica a Valdano, lo dijo antes Gabriel García Márquez. Claro que es importante participar, ya que si no se participa no se gana, que es el objetivo. La esencia de todo juego consiste en proponerse unas dificultades que no existían antes de habérselas propuesto. Seguro que los niños griegos jugaban a ver quién meaba más lejos, hasta alcanzar a una cariátide disfrazada de columna.
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