Diario de León
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CARLOS CARNICERO
León

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EL TAXISTA que me conduce al aeropuerto Maiquetía, de Caracas, me dice al despedirse: «Estamos acostumbrados a que la oposición no reconozca los resultados; esta es la octava elección consecutiva que gana el presidente Chávez, pero a ellos no les conforta. En Venezuela ellos han sido siempre los dueños del balón; cuando pierden la partida se quieren llevar la pelota a su casa para que no siga el juego. Ahora ya no es posible». Esa es exactamente la radiografía de la política venezolana: un movimiento político populista que ha elegido la vía del sufragio frente a la antipatía de casi todo el mundo occidental y una oposición que goza de las simpatías de Washington y de los gobiernos europeos y que nunca jamás ha aceptado la regla de la democracia. Transcurridos unos días del enorme ejercicio democrático de Caracas, certificada la limpieza del escrutinio por la Fundación Carter, la OEA y miles de observadores internacionales, la llamada Coordinadora Democrática sigue sin aceptar que su gran ultimo reto político también lo han perdido. Pidieron un referéndum, pero sólo para ganarlo; otro resultado no estaba contemplando en sus proyectos. No se si esta lección será suficiente para que en España se respete al gobierno de Hugo Chávez. No lo fue el golpe de estado del 2002. Ni la huelga salvaje de más de dos meses, realizada contra la legalidad, que se veía con simpatía en muchas líneas editoriales españolas. Quizá ahora las cosas cambien cuando se compruebe que Hugo Chávez está sabiendo ganar, y que la Coordinadora Democrática no sabe que en democracia es imprescindible aceptar el resultado. Latinoamérica tiene unos binoculares puestos en los que está pasando en Caracas, pero también en la reacción internacional ante la victoria popular venezolana que respalda al presidente Chávez. En realidad, en España, como en tantas otras cosas, lo que tenemos es un ataque de narcisismo: soportamos difícilmente que la estética del poder nos sea ajena. No nos gusta el populismo de Chávez, no nos gustan sus discursos de predicador televisivo y, si uno apura el argumento, ni siquiera nos gusta que tenga rasgos indígenas en su rostro. Esa disconformidad estética narcisista tiene una seria objeción: Hugo Chávez es el presidente que han elegido y revalidado los ciudadanos venezolanos. Quien no sea capaz de asimilar esto tiene un grave problema que quizá no tenga remedio: sencillamente no es demócrata. En el fondo, hay mucha gente que se cree que el balón, en todos los juegos, es suyo.

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