Diario de León
Publicado por
PEDRO CALVO HERNANDO
León

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DURANTE los años del llamado aznarato, el mayor esfuerzo de su líder y de todo su aparato político y mediático se dirigía a establecer el pensamiento único en España, es decir, la inevitabilidad de una concepción única y férrea de la política. Poco a poco, iban minando la moral de los más indecisos y de los menos fuertes y resistentes, pues el copo llegó a tales proporciones que no dejaba de crecer el número de los que estaban convencidos de que no había nada que hacer y que el imperio del Partido Popular aznarista se implantaba por muchos años en la política española. Cualquier discrepancia era pecado mortal y las disidencias se consideraban como expresión de conductas traidoras, antipatrióticas y potencialmente delictivas. Se llegó prácticamente incluso a erradicar la idea y el concepto de diálogo, de consenso o de negociación, que sólo se concebían si consistían en someterse servilmente a lo decidido de antemano por el poder. La situación era ya asfixiante para aquellos que se resistían. Desde los primeros días de la nueva situación, ahí se experimentó un cambio radical y ahora mismo nos parece normal e imprescindible lo que hace cuatro o cinco meses era motivo de sospecha o de represión intelectual. Esto sólo se entiende bien si se ha experimentado, si se ha sufrido en las propias carnes. En seguida se comenzó a hablar y a debatir sobre temas que habían pasado al índice de los libros prohibidos y se hacía y se hace en un tono de absoluta naturalidad y libertad, sin temer el zarpazo, la descalificación o el desasosiego. Es claro que los que anteriormente se movían como peces en el agua en el mundo prefabricado del aznarismo, no entenderán ni una palabra de cuanto escribo o juzgarán que exagero o que no digo la verdad. Que me lo cuenten a mí. Y asómbrense: los dirigentes del Partido Popular -Mariano Rajoy, Eduardo Zaplana, Ángel Acebes...- de pronto se han tornado en los campeones de la exigencia de diálogo, de debates, de confrontaciones y de libérrimas circulación de las ideas, es decir, de todo lo que combatían con ardor cuando eran poder. Y encima, tenemos que alegrarnos de ello y darles la bienvenida. En fin, lo que hay que aguantar.

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