AQUÍ Y AHORA
Tolerencia asimétrica
UNA DE LAS constantes de la propaganda de este Gobierno es la apelación a la tolerancia. Es una especie de versión del famoso talante, sólo que en lugar de aplicarse a los gobernantes hacia los gobernados, parece ser de aplicación a los gobernados entre sí. A la tolerancia se apela cuando un grupo pequeño, pero ruidoso y las más de las veces agresivo, pretende el reconocimiento social (a poder ser, con las subvenciones públicas correspondientes) de alguna ocurrencia que aspira a introducir en la legislación. Véase, como último ejemplo, el legislar como matrimonios a las uniones de homosexuales, que también podrán adoptar niños. En función de la tolerancia, lo que habría que hacer sería sumarse a estas iniciativas, en lugar de seguir diciendo que eso no sólo son disparates, sino que constituyen una agresión intolerable hacia la milenaria institución del matrimonio. Según la tolerancia así entendida, el tolerante ha de decir que está bien lo que le parece que está mal. Si no se somete a este lavado de cerebro será un homófobo, un patriarcal y un intolerante. Pero hay otra característica notable en este fenómeno, el proceso no es vicevérsico. Por seguir con el ejemplo, los homosexuales no tienen por qué ser tolerantes con la institución del matrimonio, no han de dejarla en paz como estaba y buscar otras vías de tratamiento legal de su situación. Ellos pueden entrar como un caballo en una cacharrería en el instituto matrimonial y no dejar títere con cabeza. En cambio, los que discrepen serán sometidos inexorablemente a la tolerancia cero. Es curioso. Realmente curioso. Todo eso ocurre porque nada de eso tiene que ver con la tolerancia. La tolerancia no consiste en que lo que a uno le parece malo le tenga que parecer bueno. El bien no se tolera, sino que se abraza y se busca. Sólo es tolerable el mal, por definición. Pero eso es seguramente demasiado racional para que por ahí encuentren un resquicio los nuevos inquisidores.