Fidelidad y circo

DOS ENCUESTAS recientes ponen de manifiesto algo que a algunos puede parecerles una sorpresa, pero que, sin embargo, es la norma; la mayoría de las parejas españolas son fieles, no engañan a sus respectivos cónyuges. Y no es porque no haya oportunidades, que hoy las puede tener cualquiera, sino porque lo deciden libremente. Más del 55% de las mujeres sólo ha tenido relaciones sexuales con un sólo hombre y el 24% de los hombres tampoco ha conocido, en lenguaje bíblico, más que una mujer. Así que, teniendo en cuenta, que es normal que haya más de una pareja -el 21% de los hombres dice haber tenido más de 10, porcentaje que se reduce al 4% de las mujeres- resulta que la fidelidad, eso que nadie parece defender públicamente, es la norma de conducta de la mayoría de los españoles. Y, sin embargo, cuando enciendes la tele todos los que aparecen son infieles por naturaleza o por dinero. Incluso los que han sido engañados lo exponen pública y desvergonzadamente. Sólo por dinero, claro. La infidelidad es un valor entre los machos, pero esconde, siempre, un fracaso y, en la mayoría de las ocasiones, una falta de madurez y de autoestima. El infiel no busca amar, sino asegurar su identidad, permanentemente amenazada. Es un inseguro que necesita éxitos, pero que es incapaz de consolidar una relación porque eso exige compromiso y entrega. Nadie puede dar lo que no tiene. El modelo que vive la mayoría de los españoles es el de la fidelidad. Eso que nos venden de que el hombre es infiel por naturaleza es una estupidez, pero vende. Eso que vemos por la televisión, no es la normalidad, sino el circo. Un circo cargado de personajes anormales como los deformes que se exhibían en algunas ferias. Ahora en lugar del enano o de la mujer barbuda, se exhiben los que son incapaces de mantener una relación normal. Las mujeres, que son menor propicias a la infidelidad, seguramente porque quieren unir siempre sexo y amor, deberían poner coto a los infieles y mandarles allí donde deberían estar, en el diván del psiquiatra.