Fumar

APARTE de ser un placer sensual e idóneo para esperar al amante de turno, según cantaba con apropiada voz bronca la tremenda Saritísima Montiel, ahora resulta que la presuntamente trágica debilidad de fumar es buena para el prevenir el alzhéimer, esa enfermedad tan de nuestros tiempos que sumerge al afectado en un ignoto y destructivo agujero negro. Así lo aseguran distintas autoridades del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, proporcionando cierto respiro moral a todos los padecemos una acendrada vocación de cenicero humano. Y ello cuando la tabarra antitabaco ha sobrepasado de largo el marco de lo sensato, haciéndose más pesada que una recopilación en disco de los discursos del general Franco. En mayor o menor grado, todos estamos de acuerdo en que los cigarrillos son menos nutritivos que los bocadillos de jamón y es más aconsejable seguir la filosofía ascética de cueva, pan y agua, pero de eso a considerar al tabaco hasta responsable de las pintadas en el metro¿ Sea como fuere, los esclavos del deseo nicotínico seguiremos crucificados en los altares públicos y combatidos con la furia de un terrier por los adalides de la salud pública, en una cruzada muy pasada de vueltas. Deberían recordar nuestra astronómica contribución a las arcas públicas en forma de impuestos indirectos y, sobre todo, la reflexión de aquel simpático político italiano, Sandro Pertini, cuando dijo que de los fumadores se puede aprender tolerancia, pues no conocía a uno solo que se hubiera quejado de los no fumadores. Incluso la Madre Naturaleza se ha puesto en contra nuestra, como demuestra ese pobre hombre que salió de su casa en Florida en pleno huracán, para echar un cigarrito, y le cayó un árbol encima dándole el matarile. Hasta Dios ha tomado partido.