AQUÍ Y AHORA
Monseñor Gea
MONSEÑOR Gea Escolano, obispo de Mondoñedo, Ferrol, tiene la virtud de que se le entiende lo que dice. Es, como ahora se dice, hombre de primera derivada. Si quiere que se le entienda un mensaje, lo que hace es decirlo, sin más. Esta característica de su predicación le acarrea más de un disgusto, pero ya se sabe que a uno no lo hacen obispo para que no tenga disgustos, y menos aún como consecuencia de su predicación. Esta vez ha dicho que los diputados católicos que en su día votasen a favor de una ley que aprobase el matrimonio entre personas del mismo sexo, no podrían recibir la comunión sin haberse confesado antes. Dicho de otro modo, que cometerían un pecado mortal. Si esta terminología a uno le parece antigua, puede formularse la misma idea del siguiente modo: la Iglesia, por medio de su Magisterio ordinario, ha dicho que es una responsabilidad moral grave de los legisladores católicos votar en contra de un proyecto de ley de esta clase; de lo que se deduce que si votasen a favor, incu rrirían en un desorden moral grave, que es, precisamente, lo que antes se llamaba un pecado mortal. Monseñor Gea, evidentemente, sabía perfectamente que la reacción inmediata de unos cuantos iba a ser llamarlo a él de todo menos guapo, desde fundamentalista hasta cavernícola, pasando por arcaico, intolerante, homófobo y, si me apuran, hasta fascista, que es insulto muy agradecido y polivalente, que lo mismo se aplica a un obispo que a un terrorista de ETA o al presidente molesto de la comunidad de vecinos. Pero él ya contaba con estas reacciones, así que ha hecho lo que en conciencia debía. Lo que me sorprende es la sorpresa de los que se sorprenden por las declaraciones de monseñor Gea, cuando la noticia habría sido que él, obispo católico, hubiera dicho algo así como: señoras y señores, la Santa Sede dirá lo que quiera, pero aquí estoy yo para decir a los católicos españoles que votar a favor de ese disparate los llevará al cielo de cabeza. Eso sí que habría sido noticia.