Diario de León

TRIBUNA

Recuerdo de Aznar en Buenos Aires (con moraleja)

Publicado por
FERNANDO DE ARVIZU PARLAMENTARIO REGIONAL Y EX SENADOR
León

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SEPTIEMBRE DE 1995. Aznar vino a León a un acto del partido. Nos dijo que unos días después viajaba a Buenos Aires a participar en un foro sobre el Mercosur y a recibir la investidura de profesor honorario (el equivalente a nuestro doctor honoris causa) de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires. Yo tenía que viajar a esa ciudad con motivo de un congreso académico, así que nos despedimos hasta unos días después, a orillas del Río de la Plata. Aznar iba a ganar las elecciones unos meses más tarde: todo el mundo lo presentía. Su llegada a Buenos Aires fue precedida por un sinfín de carteles que llenaban tanto las autopistas de entrada como muchos rincones de la hermosa ciudad porteña: «Bienvenido, presidente Aznar», firmados por la delegación del Partido Popular en Argentina. El día señalado para el foro fui a oírle al Hotel Alvear, situado en la avenida del mismo nombre. Un vestigio de tiempos esplendorosos donde las casas se hacían a la moda del París de finales del siglo XIX. Llegó Aznar derrochando sencillez y comenzó el acto. Previamente pudimos deleitarnos con una ponencia del ex presidente de Uruguay, señor Lacalle, quien desveló muchos entresijos de la puesta en marcha del mercado común del Cono Sur, lo que era posible una vez abandonado el cargo y liberado de la discreción a que éste le obligaba. Vino luego la disertación de Aznar sobre la organización comunitaria europea, los ejemplos a seguir y los errores a evitar por su equivalente americano. Fue tan escuchado como aplaudido, y nadie tuvo la sensación de haber perdido el tiempo siguiendo su documentado y aún ameno informe. A eso de las seis de la tarde, dos autobuses trasladaron a Aznar y a su séquito al paraninfo de la Facultad de Derecho, cuyo salón de grados se abrió para la ocasión. Lo preside un enorme cuadro de la proclamación de la independencia argentina, allá por 1810. Su autor había puesto en una esquina a Fernando VII, que miraba hoscamente a la escena que el cuadro representaba. Obviamente, el rey felón nunca estuvo allí: se trataba de una licencia del pintor. Quien sí estaba era el decano de la Facultad, doctor D'Alessio, el cual no hizo elogio alguno del candidato, limitándose a decir que le hacían profesor honorario porque era la máxima distinción que la Universidad concedía para premiar las cualidades intelectuales o artísticas del agraciado. El decano no sintonizaba políticamente con Aznar, lo cual no le importaba a nadie; pero no estuvo a la altura de su cargo, faltando a lo que demandaban la cortesía académica y la buena educación. Como nada dijo, nadie le aplaudió. Aznar, que comprendió la malévola intención de la frase decanal, comenzó su discurso diciendo que no sabía si la distinción le era conferida por sus cualidades intelectuales o por las artísticas. Sonó entonces la primera ovación, varias veces repetida a lo largo del acto. Es de resaltar que Aznar no vino solo a Buenos Aires, sino acompañado de algunos «notables» del partido, que tuvieron una actitud bien aldeana: rodear a su jefe y líder, o sea, a la personificación de sus esperanzas políticas, para evitar que nadie se le acercase. Siendo más precisos: que no se acercase nadie de su propio partido que no formase parte del séquito, nadie que fuese «alguien» en el mundo académico, nadie cuya presencia pudiese tener alguna trascendencia para el reparto del pastel tras la futura victoria electoral que ya se presentía. Ponían los codos en barrera, lo cercaban, no saludaban ni aparentaban conocer a nadie más. Y además tenían mucha prisa en terminar con todo aquello. No les gustaba compartir al líder, ni siquiera en un baño de multitudes. El tiempo da y quita razones y la Historia pone a cada cual en su sitio. Nueve años después, Aznar no dirige el gobierno ni el partido. Los tiralevitas de antes hoy le ignoran cuando no le critican abiertamente. Una de aquellas acompañantes, que llegó muy alto, se marchó de la política decepcionada. Otro mantiene a su numerosa familia gracias a un oscuro puesto burocrático en una fundación. Otro más, que también llegó muy alto, está «in partibus infidelium» y nadie sabe si volverá ni cuándo. A orillas del Plata, los turiferarios usaron con profusión eso del que no entre nadie, que ya he entrado yo. Se las prometían muy felices, pero como he dicho en otro artículo anterior, la política puede ser muy cruel y hoy no están en la escena ni de figurantes. En este mundo siempre se recoge lo que se siembra. En la política, también.

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