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FEDERICO ABASCAL
León

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YA ANTES de ser ministro de Información y Turismo, Manuel Fraga era personaje público, un joven valor del régimen franquista con mucho futuro por delante. A la muerte de Franco, Adolfo Suárez se hizo con el centro, desplazando a Fraga hacia una derecha nostálgica que cosechó en las primeras elecciones de 1977 un sonado fracaso. Y viendo que los prohombres del antiguo régimen que lo acompañaban estaban totalmente amortizados, fue desprendiéndose de ellos y. sin pausas y sin prisas, este político vocacional de 82 años, que posiblemente vuelva a ser por quinta vez candidato a la presidencia de la Xunta, fue integrando a la derecha española, y al franquismo menos evolutivo, en la democracia. Esa labor le ha sido altamente reconocida. La sucesión de Fraga como líder del PP en Galicia está creando al partido un serio problema. Rajoy y él han dialogado varias horas hace unos días en Perbes, y ambos habrían coincidido en que, después de haber perdido las elecciones generales, sería un descalabro perder las gallegas. Habrían coincidido también en que la única persona que podría evitar esa derrota es Fraga, dispuesto siempre a servir a Galicia. Cuando la personalidad absorbente de un político con poder absoluto impide la formación de un sucesor, o cuando la nominación tácita de un sucesor, caso de Cuiña, es posteriormente revocada, el problema sucesorio se agrava, y lo más aconsejable o cómodo sería descartar la sucesión. Es probable así que Fraga vuelva a presentarse a las elecciones gallegas de octubre del 2005, si no se adelantasen, y aunque se adelantasen, para ganarlas y luego irse. Desde hace semanas, Fraga despliega una actividad casi frenética, tal vez con la intención de demostrar su buena forma intelectual y física, que le capacitaría para intervenir decisivamente en la campaña electoral y mantener a su partido. Y luego, al año o a los dos años, abriría Fraga desde la Xunta su sucesión, dejándose relevar por el delfín elegido, que formaría parte de su Gobierno, como número dos. Aunque Rajoy sea gallego, y ejerza como tal, y sea unánimemente elegido presidente del PP en el congreso popular de octubre, el proceso sucesorio en Galicia se controlaría más eficazmente desde Santiago de Compostela que desde Madrid. El PP gallego es muy complejo y está poblado de resabios y de algunas cuentas pendientes, que el desplazado Cuiña desearía pasar al cobro. Fraga, y no la sede madrileña de Génova, sería quien pudiera conducir su sucesión del modo menos estridente.