EN BLANCO
Ilegales
CUANDO ESCRIBÍ hace diez años Yo, Mohamed , un libro sobre el entonces novedoso fenómeno de la inmigración, no podía imaginar que dos lustros después habría que insistir sobres las mismas cosas, desactivar los mismos tópicos y señalar idénticas disfunciones en nuestra percepción del sorpresivo fenómeno que suponía la llegada masiva de inmigrantes extranjeros a un país, el nuestro, tradicionalmente exportador de mano de obra a los países ricos de nuestro entorno y de América. Sin embargo, y pese a que los inmigrantes constituyen ya un elevado porcentaje de nuestra población, que laboran en todas las áreas productivas y que barrios enteros de las grandes ciudades españolas exhiben una pluralidad de origen más notable, sigue abundando en los mismos tópicos, miedos, indecisiones y fallos de percepción que entonces, sin duda porque en el terreno de la integración social se ha avanzado muy poco, todavía hay que oír, incluso de labios de algunos políticos, que existen seres humanos ilegales. De ahí a su cosificación, a su maltrato, no hay más que un paso. Los planes anunciados por el Gobierno para legalizar y regular la situación de tantos trabajadores extranjeros que son víctimas de la explotación laboral y del ninguneamiento social, no quiere decir que hoy sean ilegales, sino, simplemente, que su situación legal respecto a nuestro ordenamiento es irregular, y esos planes, que ojalá se materialicen con cordura, generosidad, y eficacia, no persiguen sino convertir en legal lo que es real, bien que hasta hoy sin el amparo y el control de la ley. ¿Se entiende, entonces, la enconada resistencia que ha suscitado esa iniciativa que reconocerá en los debidos términos de dignidad y decencia el gran beneficio que reportar a España los inmigrantes? Difícil es, sin pensar mal, entenderlo.