Cuestión de papeles

LA INMIGRACIÓN es el lado complicado de la globalización porque atañe a los desheredados de la tierra que están sedientos de esperanza. De esa forma, hemos construido un sistema en el que los habitantes del mundo desarrollado pueden circular por todo el planeta sin trámite migratorio alguno y los que pertenecen a las áreas de subdesarrollo difícilmente pueden entrar en el cupo que les permitirá abordar el progreso. El asunto se ha agravado por lo que se conoce como efecto llamada, que no es otra cosa que la universalidad de la información: ahora se sabe que la esperanza de vida en algunos países de África no supera los treinta y cinco años mientras los laboratorios de biomedicina trabajan para que los europeos podamos llegar alos ciento veinte. ¡Cómo no van a querer venir en pateras! La solución es compleja porque no hay sitio para todos los que quieren sobrevivir. Ordenar la llegada en función de la capacidad de absorción es la prioridad más razonable. Pero que nadie piense que se trata de un acto de amor o de solidaridad, porque la afluencia de inmigrantes es la condición de la supervivencia de nuestro sistema económico y el único factor de una demografía razonable. La forma en la que se aborda la situación de los sin papeles es el primer eslabón de una política razonable. Dar papeles a todo el que ha conseguido llegar a buen puerto es un peligro, porque puede incentivar más todavía el riesgo de una inmigración ilegal. Expulsar al que ya está arraigado es una injusticia insoportable que nadie con sensibilidad puede abortar un sistema de vida que ya está establecido. Este es un tema de estado en el que tanto el Gobierno como la oposición debieran buscar vías de entendimiento que eximieran la tentación de utilizarlo como arma de desgaste electoral. Nos va mucho en ello porque el paso siguiente es de carácter presupuestario: hace falta asignar recursos importantes para que los que han llegado de otros países y otras culturas se puedan integrar en nuestra sociedad y puedan adaptarse a la convivencia en el marco de nuestras claves culturales. Sólo así se evitarán las bolsas de marginalidad, las fronteras culturales y la aparición de fenómenos de xenofobia y de racismo.