Diario de León
Publicado por
RAFEL TORRES
León

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LOS ÚLTIMOS estertores de agosto parecen abrasarse entre dos formas de terror: el doméstico y el incendiario. El primero ha llegado a un grado de violencias tan inconcebible y disparatado que un ciego, incapacitado de ver a su compañera, se las ha arreglado para estrangularla, en tanto que el segundo, el terrorismo de fuego se ha desmadrado por el viento de la desidia institucional. Todos estos incendios devastadores que destruyen la naturaleza y lamen el caserío de los pueblos son, en efecto, provocados, pero en gran parte también por la falta de respuesta judicial ante esa catástrofe de nuestros veranos: sólo un pirómano acabó en la cárcel en los últimos diez años. Recalificaciones mafiosas de terrenos, comercio de la madera quemada, locos sueltos, ajuste de cuentas por asuntos de caza, quema incontrolada de maleza, precisión urbanística salvaje, abandono de los montes, turismo demandado, colillas, barbacoas... todo conspira contra el solar, ya en vías de extinción ciertamente, de la naturaleza. De cuantas maneras hay de atacar a una nación, a un pueblo, la de prenderle fuego no es, por frecuente, menos infame y devastadora, pero para repeler ese ataque la ansiedad no cuenta con misiles, ni cazas de combate, ni con submarinos ni con tanques, sino sólo con el rigor de la ley. Comparemos lo invertido en los últimos cincuenta años en material bélico que el tiempo y la inacción ha terminado convirtiendo en herrumbrosa chatarra, y en ese otro material defensivo que requiere ésta guerra del fuego que perdemos siempre porque nos pilla indiferentes y desarmados. La fuerza de la ley, la única arma de que disponemos en la paz , no nos asistió nunca ni nos asiste cuando ya queda poco por quemar de nuestra casa. Así muere este verano, y con él, para siempre, tantas víctimas de sus terrores.

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