EL RINCÓN
El regreso
VOLVER al trabajo es incluso peor que haberse convertido en un trabajador. Las vacaciones interrumpen las vocaciones y, cuando terminan, las personas normales y corrientes se dan cuenta de dos cosas: la primera y quizá la peor es de que le han llamado «un bien merecido descanso» a una forma de cansarse de otra manera y, la segunda, de que su vida cotidiana no es vida. Sabemos, gracias a Beltrand Russell, que hay dos formas de trabajo. Una consiste en alterar las cosas sobre la superficie de la tierra, que requiere esfuerzo, y otra que radica en ordenar que eso lo hagan otros. La última es bastante más llevadera, pero ha sido acaparada por los políticos y apenas quedan plazas vacantes. ¿Cómo se habitúa uno a algo a lo que jamás ha logrado acostumbrarse? La Sociedad Española de Medicina de Familia y Comunitaria, la Semfyc, para los íntimos, recomienda que los que han acabado sus vacaciones afronten los primeros días de trabajo con una actitud positiva, o sea, como si estuvieran eufóricos, y que no se complazcan en el malestar del inicio de su tarea para evitar el llamado «síndrome postlaboral». Se ha comprobado que en los primeros días de septiembre, que tienen una luz íntima y un poco dimisionaria, los centros de salud acogen a más huéspedes que nunca. Divinos pacientes a los que no les duele nada, excepto tener que regresar al trabajo, pero exhiben una serie de síntomas, como fatiga, falta de apetito y una vaga tristeza, muy parecida a la que el poeta llamó «la pura pena de no saber por qué». ¿Cómo se combaten esas cosas? Cada uno tiene su método. El mío, adoptado hace mucho tiempo, es infalible: para no tener que volver al trabajo lo mejor es no dejarlo. No es que no pueda abandonarlo: es que sé que si lo abandono no nos juntaremos más y el divorcio será definitivo. Un buen trabajador no se improvisa, pero tampoco un buen vago se hace de la noche a la mañana. Se quiere cierta disciplina y tengo entendido que hay personas que no pueden estar sin hacer nada.