El desenlace

EL ESPELUZNANTE asalto al colegio ruso nos hace albergar dos convicciones: que el terrorismo nunca podrá ser derrotado y que jamás debemos darnos por vencidos. Siempre habrá locos fanáticos, desesperados o diabólicos, y asesinos vocacionales dispuestos a propagar el luto y el dolor. Los terroristas no llevan uniforme y no son fácilmente identificables. ¿Cómo luchar contra ese ejército invisible? No sabemos cómo, pero sabemos que hay que seguir luchando. Lo de la escuela de Osetia del Norte ha supuesto una plusmarca de la crueldad humana. Entre los 200 muertos y los más de 700 heridos, todos inocentes, había muchos niños que, por lo tanto, eran doblemente inocentes. Era el primer día de curso cuando les cambiaron la madera de los pupitres por madera para sus ataúdes. Moscú asegura que al menos diez de los integrantes del siniestro comando eran árabes. Los demás eran chechenos, o sea, que no eran de ningún sitio. Nada importa, ya que el terrorismo es una nacionalidad. Muchos párvulos murieron tiroteados por la espalda, mientras Putin volvía a repetir que jamás mantendrá negociaciones con los separatistas. En el Cáucaso no es que haya inestabilidad, es que se hunde la tierra bajo los pies. Por eso a los chechenos no les importa que se los lleven con los pies por delante. Los procedimientos del líder ruso no parecen los mejores. Hace dos años, para liberar a los rehenes de un teatro de Moscú, mandó que fuera gaseado por la policía y murió hasta el apuntador. Lo que ha ocurrido ahora representa una apoteosis de la venganza. No sé quién decía que la comida más sabrosa para las fieras es el domador. Algunos creen que debe comerse fría y a otros no les importa que se sirva caliente, ya que lo que cuenta es que se haya condimentado en las cocinas del infierno. «Nuestras madres lloraron, ¡ahora que lloren las vuestras!», decían los terroristas a los pequeños colegiales. Algunos se salvaron. Dentro de unos años no es improbable que quieran empuñar la armas. Para vengarse.