EL RINCÓN
La dieta de Clinton
ME REFIERO al alimenticio, no al político, que de ninguna forma fue malo y que comparado con el de Bush fue magnífico. Al ex presidente le han internado en un hospital de Nueva York para someterle a una operación de desbloqueo de las arterias y hay que hacerle un bypass dentro de unos días. De momento, él se ha hecho su propio diagnóstico y confiesa que el atasco de sus cañerías se debe a su enorme afición a la comida basura, que ha sentido desde que era chico. El que fuera el hombre más poderoso del mundo siempre se ha alimentado de hamburguesas indescifrables y de rabiosos perritos calientes. Ese sistema dietético, unido al estrés, ha convertido al ex presidente de los Estados Unidos en el rey del colesterol. Le duele el pecho, además del estómago, y ya no puede hacer footing como siempre, cuando corría ocho kilómetros diarios muy deprisa, como si lo persiguiera Brillat de Savarín, o, para no remontarse tanto, Karlos Arguiñano. Se ha especulado mucho sobre cómo sería la historia del mundo si algunas de sus figuras claves hubiesen tenido otras características. ¿Qué habría ocurrido si Cleopatra hubiera sido una napias, si a Lenin lo atropella aquel camión al salir de aquella biblioteca de París, o si a Ghandi no le hubiera pegado una bofetada aquel policía londinense? Todo puede suceder de otra manera y es legítimo preguntarse de qué manera pudieron ir las cosas si Clinton desayunara pan con aceite. Su historial médico ha debido influir en la historia. Sin duda es una mala combinación alimentarse mal y trabajar en exceso. Por lo menos, está demostrado estadísticamente que es mucho mejor la contraria: alimentarse bien y trabajar lo justo. Los galenos del hospital donde está ingresado determinaron que Bill Clinton, a sus 58 años, padece arteriosclerosis en los vasos sanguíneos coronarios. Su caso revela la maldad intrínseca de la llamada 'comida rápida'. Hay que darse cuenta de lo brutos que son algunos triunfadores. Si hubiera comido despacio y bien...