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DESDE LA CORTE

La nueva seducción de Ava Gardner 1397124194

Publicado por
FERNANDO ONEGA
León

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¿QUIÉN GOBIERNA España? ¿Zapatero o Maragall? No es una pregunta tonta, ni fruto del fundamentalismo antisocialista que reina en algunos medios. Es la consecuencia del delicado juego de equilibrios entre los inquilinos de La Moncloa y de Sant Jaume. Maragall y sus hombres hablan con tanta seguridad de sus exigencias, que Zapatero parece un mero firmante de sus deseos en el Boletín Oficial del Estado. Aunque los ministros digan que los Presupuestos no se negocian con las autonomías, siempre hay alguien en el gobierno catalán que asegura que se está negociando. Y desde Madrid se replica con mucha cautela, no sea que los catalanes se enfaden, echen abajo todo el tinglado y dejen al PSOE colgado de la brocha. Aunque parezca mentira, esta insólita situación -salpicada por la paralela e importante influencia de la otra pata del banco, que es Carod-Rovira- condiciona el panorama político. Si se plantea, por ejemplo, el futuro de la cuestión territorial y la reforma de la Constitución, lo más normal será responder: «Se hará lo que convenga a Maragall». Y lo mismo se puede aplicar a la futura financiación autonómica, las obras públicas o determinados aspectos de la política económica, como los horarios comerciales. El poder de la clase política catalana es así determinante. Lo curioso es que esto escandaliza, pero no es nuevo. Ya ocurrió en la primera legislatura de Aznar. Cuando el Partido Popular suprimió la figura de los gobernadores civiles, no lo hizo porque estuviera en su programa, sino para complacer una vieja aspiración de Pujol. Su exitosa política económica fue inspirada, cuando no dictada, por Convergencia i Unió. ¿Dónde está, pues, el motivo de escándalo? En que Maragall es como aquel torero que sedujo a Ava Gardner: se vistió y salió corriendo. «¿A dónde vas?», le preguntó la diva. «A contarlo», respondió. Maragall no sólo quiere mandar, sino que la gente lo sepa. Necesita demostrar que no es tan independentista como Carod, pero influye más en Madrid, que es lo importante a corto plazo. Y ahí se acaba probablemente todo: en una obsesión de poder. Lo malo está en las consecuencias. Los demás dirigentes ven ese poderío, y se desatan las emulaciones. Rodríguez Ibarra, por ejemplo, no quiere ser menos y pone en pie de guerra a otras comunidades socialistas. La autoridad del presidente se deteriora. Se transmite la sensación de un socialismo unido por intereses. Conclusión: Maragall tiene derecho a beneficiarse de la actual etapa. No quiere ser menos que Jordi Pujol. Para eso mandan los suyos y dio tantos votos al Partido Socialista. Pero alguien tendría que darle el consejo que don Camilo Alonso Vega daba a los gobernadores en sus tomas de posesión: «Si no pueden ser castos, sean por lo menos cautos».