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León

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EL AUDITORIO acoge mañana el Agamenón de Esquilo, una de las piezas emblemáticas del teatro griego, y por tanto de todos los teatros posibles. Pertenece a la trilogía Orestíada y al género dedicado a contar lo que le pasó después a los vencedores de la guerra de Troya. Por cierto, los primeros medallones de la fachada de nuestro Hostal San Marcos están dedicados a plasmar personaje de La Iliada, pues por justicia poética se consideraba que el no va más de los linajes nobles era descender de los supervivientes de aquel reino arrasado. La obra cuenta el regreso y asesinato del griego Agamenón por su mujer, Clitemnestra, como venganza por haber sacrificado a su hija Ifigenia, antes de partir hacia Troya.  El oráculo dictaminó que los vientos no le serían propicios a las naves guerreras hasta que no se hiciera el sacrificio. Y como con aquellos vientos pachorros no había quien marchase a sembrar tempestades, pues se cargó a la criatura. Y cuando regresó al palacio, más de una década después,  le estaban esperando señora y amante, cuchillo en mano, pues está escrito que no haya tragedias con final feliz, pues la vida rara vez los tiene. La tragedia griega es el grito de Münch atravesando los siglos, porque antes se oxida las fama de un héroe que las sombras de la condición humana. Me pregunto de qué forma exorcizamos hoy los fantasmas de nuestra angustia. Los griegos lo hacían con el teatro. El Auditorio de León, lo he escrito varias veces, es un centro de energía. Nos puso en el siglo XXI, pero dialogando con el mejor pasado, sin rupturismos forzados, sin prejuicios, simplemente buscando la felicidad del público, que no es masa, sino rostro que escucha y siente. Buen comienzo de temporada. Allí estaré.

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