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FERNANDO ONEGA
León

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CUANDO Aznar gobernaba, la soledad parlamentaria del PP era morbosa. Incluso atractiva, porque era el correctivo a los abusos de la mayoría absoluta y a ese tono de arrogancia y bronca al adversario de que hacía gala su presidente. La hemos visto y celebrado varias veces, por esa alegría que produce doblegar al poderoso. Ya que no se dejaba derrotar en votos, humillarlo un poco ante la opinión parecía el consuelo de los pobres. Ayer, no. Ayer la soledad del PP ha sido patética, y no sólo para el partido, sino para la salud de la democracia. El Gobierno Zapatero no tiene mayoría sólida, pero la alianza con los grupos minoritarios hizo que apareciera otra forma de rodillo, novedosa en nuestras costumbres parlamentarias: todos, contra el principal partido de la oposición. Como si el partido de Rajoy planteara algo extravagante, se rechazaron sus peticiones de documentación y comparecencias en la accidentada Comisión de Investigación del 11-M. De esa forma, nos quedaremos sin saber qué pasó la jornada de reflexión del 13 de marzo y quién movió los hilos de la agitación callejera. Lo venimos advirtiendo desde el primer día: esta Comisión nacía marcada por intereses enfrentados. Los socialistas querían demostrar que hubo fallos de seguridad e imprevisión, y los populares querían demostrar que el PSOE había manipulado a la población con fines electorales. Ahí están las consecuencias: la Comisión reventó por el lado del interés del PP. El portavoz Zaplana era ayer el político más irritado que hemos visto en mucho tiempo. «Seguir con este juego, dijo entre el lamento y la amenaza, parece un tanto ridículo». ¿Qué podemos esperar a partir de estas palabras? Lo más normal, y ahora comprensible, sería que el PP abandonara esta Comisión, que aparece tan escorada hacia un lado, que ha deteriorado todavía más su ya relativa, por no decir escasa, credibilidad. Gaspar Llamazares interpreta que el PP se cabrea porque Aznar tendrá que declarar. Es una interpretación partidista. Aquí lo que ocurre es que ni el PP como fuerza política, ni Rajoy personalmente, quieren poner más la mejilla. Ven que Aznar va a ser sometido a un interrogatorio que sólo pretende trasladar a la sociedad que el 11-M fue consecuencia de sus fallos, y por ahí no pasan. No quieren quedar para la historia como los ineptos del mayor crimen terrorista. Desde su perspectiva de intereses, hacen bien. Lo malo es que los contribuyentes nos quedaremos sin conocer la verdad completa. Tendremos una verdad a medias, que es una forma de manipulación. Y lo peor: no se desbarata la credibilidad de una comisión concreta. Con este antecedente, se desprestigia e inhabilita por mucho tiempo esta forma de investigación.

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