EL RINCÓN
Denuncias
LOS SINDICATOS mayoritarios, UGT y Comisiones, se han mostrado prudentes, en coherencia con su domesticada costumbre, a la hora de valorar la propuesta de reglamento de extranjería. La nueva normativa, en caso de ser aprobada, prevé que el inmigrante pueda denunciar al patrón para legalizarse. A la patronal agraria, Asaja para los íntimos, tampoco le hace gracia la iniciativa. Es más, la califica de perversa. A mí lo que me pasa es que la palabra denuncia me provoca un escalofrío freudiano. Recuerdo que en mi más dura infancia se pronunciaba mucho y recuerdo también que a las personas denunciadas no se las volvía a ver, a diferencia de los denunciantes, que seguían vivos con el objetivo de seguir denunciando. Un vecino mío, al que llamaban don Andrés, que era gordísimo y afable, fue denunciado. Me regalaba caramelos, como a todos los niños de la casa, cuando nos veía en la escalera, donde él se detenía para resoplar. A mí jamás me han gustado los caramelos, pero me gustaba don Andrés. Debía de pesar unos 120 kilos y se contaba de él que un día cogió un coche de caballos en la punta del parque. -Móntese por el otro lado, don Andrés, para que no le vea el caballo- le dijo el cochero. Nadie supo nunca más de él, ya que en aquellos momentos era de pésimo gusto hablar de esas cosas. ¿Por qué lo denunciarían? ¿Por repartir caramelos? ¿Por gordo? ¿Por pararse en los rellanos de la escalera? El caso es que el vocablo «denuncia» lo asocio siempre a postrimerías. Supongo que les ocurre también a todos los componentes de la llamada generación de «los niños de la guerra». A ninguno nos gustan ni las colas, ni los sótanos. Empresarios e inmigrantes tendrán menos de un año para acogerse a las medidas de regularización del Gobierno. Después no se podrá contratar a ningún extranjero sin permiso de residencia. Ayer fueron localizados 59 rumanos que vivían en contenedores. Algo hay que hacer para impedir el tráfico de personas. Fomentar la denuncia quizá no sea lo mejor.