EN EL FILO
Izar y otras reconversiones
PARECE que fue ayer: los telediarios están llenos de inquietantes episodios de violencia callejera protagonizados por trabajadores de Izar en pugna con la policía, como en los viejos tiempos, como en los difíciles años ochenta, en que los sucesivos gobiernos, también socialistas, tuvieron que modernizar las viejas estructuras industriales de este país, en parte porque no había más remedio para racionalizar la economía y liberarla de algunos déficit históricos, en parte porque nos fue impuesto por Bruselas.De nuevo, batallones de obreros, muy comprensiblemente desesperados por lo incierto de su futuro, montan barricadas, incendian neumáticos, se encaran con las fuerzas de seguridad y desatentan la pacífica convivencia ciudadana. Nada hay, desde luego, más respetable que la protesta social frente a las inclemencias del progreso. Nada es más digno de admiración que el obrero luchando por su derecho a trabajar. Pero continuar manteniendo la tesis de que las relaciones laborales son conflictos enconados en que una parte ha de imponerse a la otra aunque sea a la fuerza es alimentar un inservible anacronismo. Lo que está sucediendo en Alemania debería llevar a los trabajadores de los astilleros de Izar y a los sindicatos que los estructuran y movilizan a una reflexión. Como es conocido, aquel país, de la mano del partido socialdemócrata (SPD) del canciller Schröder, está llevando a cabo con gran retraso una profunda reforma estructural, la llamada «Agenda 2010», que le permita recuperar su competitividad, seguir creciendo tras varios años de estancamiento cercano a la recesión, crecimiento estancado y abultado déficit público. La reforma, que desmantelará parcialmente un sistema de seguridad social cuyas bases fueron establecidas por Bismarck a finales del XIX, es ya ineludible tras la reunificación -que representa transferencias de capital hacia la antigua Alemania del Este del orden de 90.000 millones de euros anuales- , después de que Kohl fracasase por su propia debilidad en los reiterados intentos de realizarla. Desde el primer momento, tras la propuesta efectuada por el gobierno rojiverde, los grandes sindicatos de clase, vinculados en su mayor parte al SPD, se han opuesto frontalmente a ella. Desde hace meses, se celebran en numerosas ciudades alemanes grandes manifestaciones todos los lunes para protestar contra los recortes del seguro de desempleo y las pensiones. La crisis del centro-izquierda alemán ha llevado incluso a sectores significativos de ese paraje ideológico a pensar en la fundación de un nuevo partido de izquierdas. El ex ministro de Economía de Kohl, Oskar Lafontaine, ha trabajado en esta dirección secesionista. Pues bien: esta misma semana, dos relevantes líderes sindicales -Jurgen Peters, de IG Metall, y Frank Bsirske, de Ver.di, el sindicato de los servicios públicos- han realizado sorprendentes manifestaciones públicas en el sentido de que, aunque mantienen la critica a los proyectos gubernamentales, desean emprender la vía de concertación; y han aclarado que piensan seguir dando esta batalla «desde dentro» del SPD. El sentido común se ha impuesto: Alemania no podía continuar ciegamente su decadencia sin reaccionar. El parangón no es forzado: del mismo modo que los agentes económicos alemanes han comenzado a entender que no se puede luchar contra la racionalidad económica, contra la necesidad de competir en los mercados abiertos, los trabajadores de Izar deben comprender igualmente que la reestructuración de sus obsoletas empresas es inexorable. Pretender otra cosa sería equivalente a aspirar a vivir de la beneficencia de la Hacienda Pública, lo cual, por otra parte, es imposible porque no lo toleraría el regulador: Bruselas. No parece que este gobierno -ni ningún otro, la verdad sea dicha- pretenda realizar una reconversión traumática, que le acarrearía grandes costos en términos de prestigio e imagen. Quien haya escuchado con alguna atención los mensajes gubernamentales -tanto los públicos como los que los ministros deslizan privadamente a los periodistas- tendrá ya la certeza de que se quiere resolver el conflicto sin «sangre», esto es, dando a cada empleado de Izar que no continúe en los astilleros una salida digna: la jubilación anticipada o un puesto de trabajo alternativo. Y si la negociación se produce y alcanza un desenlace feliz, será posible salvar una actividad productiva que tiene indudable futuro, aunque con otras dimensiones, con más y mejor tecnología, con planteamientos más competitivos. José Ortega y Gasset describió con mano maestra la alarma y el desconcierto que suscita la «subitaneidad del tránsito», y es bien comprensible el temor de estos trabajadores a unas mudanzas traumáticas que alterarán sus hábitos, perturbarán sus certidumbres y les obligarán a reconsiderar todo su futuro laboral y personal. Pero no se librarán del mal trago desahogando su ira en las calles: la solución está, como siempre, en la mesa de negociaciones.