Diario de León
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FERNANDO DE ARVIZU PARLAMENTARIO REGIONAL Y EX SENADOR
León

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DENTRO de poco va a celebrarse el congreso nacional del Partido Popular. Las cosas son distintas de aquel otro triunfal, celebrado en enero del 2002. Ahora estamos en la oposición a nivel nacional, se han celebrado todas las elecciones y no volverá a haberlas -salvo complicaciones- hasta dentro de casi 4 años. Es decir, que se acabó lo que se daba. Las últimas prebendas se repartieron en las Europeas de junio, donde se refugiaron ex altos cargos a los que no les hacía gracia ejercer el papel que les asignaron las urnas el 14-M. Ahora llegó la sequía, pues hay muy poco que repartir en la oposición. El ambiente del congreso será desde luego distinto. Es de prever más debate y menos vítores. Los que tienen algo que perder se enrocarán; admitirán la renovación y la integración, pero solo en tanto ellos conserven sus cargos. Aflorarán conflictos que la fuerza unitiva del poder ha mantenido larvados. Se presentarán al cobro facturas, incluso se esgrimirán agravios. Todo eso representa lo negativo, inevitable dada la condición humana. Pero también el congreso dará lugar a cosas muy positivas: la reflexión sobre futuras estrategias electorales, sobre ideas (que el pragmatismo ha hecho en parte abandonar) y sobre personas. Una nueva ejecutiva saldrá legitimada por la elección de los delegados, libre del reproche de la designación digital: sobre ella cae el peso enorme de ganar las próximas elecciones. Para lo cual, deberá comenzar hacer examen de conciencia, admitiendo los errores que se cometieron (lo ha dicho Piqué con harta razón) Tendrá inevitablemente que ilusionar al partido y a sus votantes; deberá integrar a quienes se sientan postergados injustamente y por último, habrá de esforzarse sin límites por suscitar la credibilidad en el conjunto de la sociedad mediante una fórmula muy sencilla de enunciar: el Partido Popular cumple lo que promete a todos los niveles. La puesta en práctica de la fórmula es, en sí misma, la actividad de todo el partido a partir del Congreso. En este León empapado de promesas de Zp -no hay otra cosa, por ahora- las elecciones a compromisarios han sido «complicadas», por decirlo suavemente. No me detendré en un proceso conocido y penoso. El hecho de que yo no vaya como delegado, a fin de cuentas me da pie a enunciar públicamente una enmienda que hubiera presentado y defendido, y sobre la que no hubiera transigido un ápice antes de su debate. Es la siguiente: «Todo nombramiento de libre designación en puestos orgánicos del Gobierno de la Nación o de los de las Comunidades Autónomas gobernadas por el Partido Popular, de organismos autónomos o de cualesquiera otras sociedades o instituciones públicas participadas o patrocinadas por el Gobierno de la Nación o de las CC.AA., deberá recaer en personas afiliadas al Partido Popular, o bien que hayan figurado, al menos una vez, como candidatos/as en las listas electorales del Partido a cualquier nivel. Se contará, a los efectos de tales candidaturas, desde las primeras elecciones democráticas de 1977, y en los Partidos Alianza Popular, Partido Popular y UCD». Sería una enmienda polémica, pues choca con la libertad del que nombra para elegir a sus colaboradores. Pero es una enmienda lógica, pues el que nombra no está allí por casualidad, sino porque la labor de todo un partido le ha puesto donde está. Y debe hacer un uso responsable de esa libertad de nombrar. No se trata de enfrentar «partitocracia» con «gobiernocracia»: nótese que no exijo inexcusablemente que los nombramientos sean de gente del PP, pero sí que se hayan involucrado -al menos una vez- en lo que es su acción política. Es una exigencia bien suave y fácil de asumir. Además, es razonable y es justa. Todos los que llevamos algunos años en la actividad política, sea en un parlamento, sea en la actividad de gestión, nos hemos encontrado con personas que no se identifican -en absoluto- con el partido que, a la postre, les ha permitido llegar a donde están. Frases como «yo no soy político», «yo no pertenezco al partido», «soy independiente», «eso es cosa del partido, no mía» no son raras, por desgracia. Y eso es algo de por sí hiriente para los militantes del Partido Popular sea cual sea su nivel, que se encuentran ninguneados por personajes que no saben de quién dependen, que se creen superiores a «los del partido», que se institucionalizan enseguida y se olvidan de quién les ha puesto donde están y a quién representan. Es precisamente éste el momento de tomar esa determinación para el futuro. Quienes ocuparon cargos gracias al PP sin ser del PP, que se afilien en esta hora de oposición; que asuman como propia la tarea política de reconquistar democráticamente el poder, que se integren en equipos, pues no son otra cosa las organizaciones provinciales. Y que comiencen a hacer política desde abajo, pateando las calles, pisando caminos, convenciendo a la gente, dando mítines y participando en debates. Apuntarse, pero sólo si uno va de ministro, consejero o secretario de Estado es pura cara dura. Pensar en el poder como algo erótico, ejercido desde un despacho alfombrado, con jefe de gabinete, secretarias, coche oficial y demás bambolla, pero sin querer nada con la labor de partido, es algo que personalmente me repugna. Y no creo estar solo en tal apreciación.

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