Diario de León
León

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DONAR un órgano es regalar vida. Él latía con esa vida regalada, caminaba, respiraba, era feliz muchos ratos... Sonreía y también fruncía el ceño. Su vida estaba marcada por un trasplante que le alargó la vida una década. Su corazón era de otro, pero le pertenecía. Santiago Fernández llamaba cada mes de julio, antes de empezar las vacaciones, para escribir a unas letras dirigidas a algún lugar del universo donde alguien podría sentirse orgulloso de que su corazón no realizara el último viaje en su compañía. Las escribía a mano, puro sentimiento. Y las traía al periódico para que la voz de agradecimiento no se perdiera en su corazón. Santiago se ha ido. Extrañamos su carta este verano. No pudo escribirla, ni siquiera llamar desde el hospital. Queda el recuerdo de su tesón a la puerta del hospital, repartiendo folletos para animar a la donación de órganos. El recuerdo de sus paseos desde la casa de Armunia hasta el Hogar del Pensionista y de su vida cronometrada, ajustada a la máquina. Queda también la enorme vida que se transfiere en este proceso casi milagroso de la donación y el trasplante. Tanto como la vida concebida a partir de un tejido ovárico salvado del cáncer de una mujer belga. La generosidad de las personas y de las familias, además de la existencia de una red organizada en el sistema santiario español -la Organización Nacional de Trasplantes- hacen que España mantenga su liderazgo mundial en donación de órganos, con una tasa de 33,8 donantes por millón de habitantes, según datos presentados por el Ministerio de Sanidad.

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