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Publicado por
JOSÉ ANTONIO FERNÁNDEZ LLAMAS
León

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RESPONDE al nombre y apellidos de Ramón Marba Amigo. Nació el cuatro de marzo de mil novecientos cuatro, aunque, por error, fue inscrito dos días después. Es, a fecha de hoy, la persona más longeva de Villafranca del Bierzo. En la plaza Prim de la Villa del Burbia y del Valcárce se encuentra la casa de planta y piso donde el centenario, sentado en una silla de ruedas, apura últimas jornadas estivales. Le cuida y acompaña una sobrina, Amparo, cercana ya a los ochenta años. La foto de Ramón no ha salido en el periódico, como es costumbre; ni siquiera, pese a firmes intentos, se le tributó homenaje alguno. Él, tocado por la humildad, no quiso. No obstante, su trayectoria humana y profesional bien merece mención. Fue el décimo de diez hermanos. Aun proporcionado, su estatura quedó muy por debajo de lo considerado normal. Por tal motivo, en Villafranca, le conoce todo el mundo como «Ramoncín» -nombre que en ningún caso alberga sentido peyorativo, sino de cariño y respeto-. Este contratiempo físico no supuso para él problema alguno; mas, al contrario, le hizo agudizar otras cualidades innatas. Así, en el ejercicio de su profesión de auxiliar mayor de justicia, además de realizar el trabajo con bondad y paciencia infinita, era célebre el trazo impecable con que redactaba los escritos. Refrendan tal destreza una serie de cuadros que iría pintando en sus ratos libres y, de forma especial, un humilde plato, elevado a obra de arte, donde se suceden flores de lis y otros motivos vegetales, en una suerte de cuidado engranaje y simetría; culmina el conjunto, en su parte central, un dragón elaborado con precisión milimétrica. Durante la Guerra Civil permaneció en su localidad natal. Una vez tomada ésta por el comandante Manso, el trabajo se redujo a cuestiones de mero trámite. Los juzgados ordinarios habían quedado sin efecto, sustituidos por la jurisdicción militar de carácter sumarísimo. Pasado el tiempo, por su buen hacer, obtuvo justa recompensa en el año mil novecientos cincuenta y siete, cuando el entonces ministro de Justicia, Antonio Iturmendi, le concedió la medalla de plata al mérito de la justicia de San Raimundo de Peñafort. A ésta medalla debe atribuírsele un accésit de merecimiento; pues, si difícil resulta hacerse acreedor ejerciendo de juez en Madrid, la noticia torna insólita en caso de auxiliar en Villafranca. Los propios jueces siempre tuvieron confianza en Ramón y le encomendaban el correo en cuanto marchaban de vacaciones. En tal tesitura, al abrir una de esas cartas, descubrió el oficio en que se informaba sobre la distinción otorgada. Ramón, en su modestia, lo guardó para no molestar al juez con cosas carentes de importancia. Sus más allegados, incluso, no tendrían conocimiento hasta dos meses después -la casualidad de una felicitación trasmitida por tercera persona, en idéntica fecha condecorada, lo hizo posible-. En otro orden de cosas, movido por afán aclaratorio, trató de demostrar la equivocación existente en el Registro Civil al figurar asentado el apellido Marvá en lugar del correcto Marba. Aunque no obtuvo éxito, sigue utilizando el segundo a diferencia de la mayor parte de su familia que escribe el primero. La curiosidad, que todavía hoy adorna su carácter, si bien no le permitió lograr la rectificación pretendida, trajo consigo otras averiguaciones. Conserva, verbigracia, un documento, fechado en mil ochocientos cincuenta y siete, por el que el duque de Ahumada -fundador de la Guardia Civil- concedía a su abuelo materno -integrante del benemérito Cuerpo desde sus inicios- el premio y ventaja de diez reales de vellón al mes; así como que en su tercio y compañía fuera relevado de toda fatiga mecánica, empleándole sólo en el servicio de las armas. Todo ello en atención y reconocimiento al hecho de haber ejercido sus funciones, durante quince años, con honradez y constancia. Firma el mentado duque. Por mandato -figura la referencia- de la Reina Isabel Segunda. De salud anduvo siempre bien. Únicamente, en el año mil novecientos sesenta y dos, fue intervenido en Ponferrada de una hernia estrangulada. Dióse, entonces, el caso de tener que llevarle engañado entre un familiar y un amigo. La máxima «los médicos lo más lejos posible» no le había ido mal. Duerme lo necesario, o sea poco. Aún hoy come de todo, incluso picante, pues nunca le duele el estómago. En realidad no tiene dolor alguno. Si acaso el llevar tres años sin poder andar, pero del que pronto se recupera con una sonrisa. La televisión es un adorno más de la estantería. Un simple pañuelo de tela que, con esmero y cadencia, dobla, atusa y extiende para volver a empezar, aporta a sus tardes mejor entretenimiento. Y así, en un lugar privilegiado -frente al castillo donde el compositor Cristóbal Halfter busca inspiración para su obra- junto a la calle que lleva al peregrino enfermo a ganar, de manera anticipada, el jubileo en la iglesia de Santiago (anótese: Puerta del Perdón)- discurre la existencia de un hombre bueno. Cien años de vida recordados sin homenaje público, desde el silencio de las palabras escritas. Tan lejanas, éstas, de otras celebraciones que, si bien planteadas con la mejor intención de agasajo y reconocimiento, abruman en exceso cuando de persona humilde y mayor se trata.

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