EN BLANCO
Exorcista del dinero
APARTE de las paellas comunales y el sorteo de la ONCE, la radiografía doméstica del verano en España incluye, enmarcada en negra orla, la avalancha de incendios que tiene arrasado a un territorio donde siglos atrás, según se cuenta, las ardillas podían viajar sin tocar el suelo desde el marítimo peñón de Gibraltar a las estribaciones montañosas de los Pirineos. Varias son las razones que mueven a los pirómanos sociales responsables de tamaño desatino ecológico, auténticos depredadores contra el orden natural de las cosas. Existen tontos aficionados a coquetear con el petardo que luego, al ver en televisión la dolorosa derrota colectiva que han provocado con la maldita chispa, gozan y babean por alcanzar la gloria mediática durante al menos un par de minutos. Otros, sin embargo, pretenden recalificar la Madre Naturaleza a golpe de tea, llevados por oscuros apetitos económicos relacionados con el cambio de uso en las zonas verdes y boscosas del país. Y en el extenso capítulo de agravios no podemos olvidar a la colisión de competencias entre las distintas Administraciones, culpable, por así decirlo, de que los bomberos acaben por pisarse las mangueras unos a otros. También la Iglesia católica ha sentado cátedra en un tema tan trascendente, y el presidente de la Asociación Internacional de Exorcistas, una especie de Exorcista del Seguro llamado Gabriele Amorth, acaba de afirmar que detrás de los incendios siempre está la perversa figura del diablo, ese ente maligno, pezuñoso y más malo que el peluquero de Hitler. Tiene bemoles, la cosa.