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SI USTED habla a menudo, como hablamos los periodistas, con gentes del Partido Popular, dirigentes nacionales, autonómicos o locales, diputados y senadores, funcionarios del «aparato», obtendrá la sensación de que Mariano Rajoy es aceptado, obedecido y respaldado. Pero nadie le considera un líder indiscutible, nadie se dejaría matar por él, casi nadie cree que vaya a ser uno de esos dirigentes consolidados de un partido que gobierna y pasa a ser el principal de la oposición, según los tiempos que corran. Rajoy no es Chirac, sino más bien Raffarin; no es Köhl, ni es Aznar. Es un buen tipo a quien podemos sorprender soltando un taco en una entrevista radiofónica, paseando en bicicleta o disfrutando, con un largo habano, de una sobremesa a las seis de la tarde. Tiene alma de registrador de la propiedad, una de esas personas con el futuro asegurado y que tampoco quieren muchas más aventuras. Le falta ese instinto asesino que caracteriza al político de raza, y estoy seguro de que tampoco le gustaría poseer tal instinto. Aseguran en su círculo más cercano que Rajoy sufre si tiene que apartar a alguien de la primera línea de responsabilidades, pero sufre más si se siente presionado o agobiado. Vamos, que lo suyo no es sufrir ni hacer sufrir; todo lo más, soltar alguna coña a su adversario, pero no enemigo, Zapatero en las sesiones de control parlamentario. Probablemente, su talante, famosísima palabra en nuestros días, no sea muy diferente del de Zapatero, aunque no falta quien haya descubierto en ZP algunas «virtudes» políticas, una frialdad calculada, que quizá no adornan a Rajoy. De la misma manera que a ZP parece faltarle ese sentido del humor galaico que sí tiene el futuro presidente del PP. ¿Puede alguien así llegar a controlar del todo un partido que, como el PP, heredero de aquella Alianza Popular siempre en ebullición, es cuna de ambiciones políticas y de «números uno» en las oposiciones más rentables?. ¿Tiene Rajoy el carácter suficiente como para imponerse al ambiciosísimo Ruiz-Gallardón -alguna encuesta, más o menos interesada, le sitúa por encima de Rajoy en cuanto a popularidad-, para mediar en el conflicto con Esperanza Aguirre en Madrid, o en el que opone al «viejo zorro» Zaplana con Camps en Valencia o con Michavila en la sede de Génova?. ¿Tiene arrestos Mariano Rajoy para decir 'no' a un Fraga que impone su vuelta al ruedo electoral?. ¿Sabe cómo deshacer el lío en el PP gallego, particularmente importante dada la fuerza y significado del electorado conservador en esa Comunidad autónoma?.

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