LA VELETA
La gloria que se va
FRANÇOISE Sagan acaba de moror y ahora no recordamos si la hemos leído o no. Encontró títulos estupendos para lo que seguramente eran desazones de adolescencia, fulgores de pecados inalcanzables y vapores de romanticismo carnal. La carne fue el último sueño espiritual de la era industrial. Tras una prolongada adolescencia de juguetes caros, la Sagan se ha muerto en la inopia. Compuso títulos magníficos en los años dichosos en que se verificó la publicidad, pero de verdad que no podemos recordar haberla leído. Nos pasa igual con el Forum de Barcelona, que también se ha extinguido esta semana. Nadie ha entendido de qué iba pero ha sido muy comentado. Por los mismos años en que la Sagan aprendía a reventar Ferraris, Godard, otro explorador francófono de eslóganes chuletas, afirmaba (en Le petit soldat o en Bande à part ) que si amaba a España era sólo porque en ella estaba Barcelona. Las frases, las más edificantes y las más majaderas, están todas en la almoneda. Curiosamente, algunos se imaginan que son suyas. Boris Karloff (o Bela Lugosi) perdió el juicio al final imaginando ser el monstruo que había interpretado en la pantalla. El senil atleta Johnny Weismuller aterrorizaba a las enfermeras. Seguía creyéndose Tarzán y clamaba el «Ahahahahah» de esforzadísimo soprano que ahuyentaba a los monos por esas selvas. En el país de fábula que convenimos en llamar España, hubo uno que, durante un tiempo, hizo el papel de presidente. Que un caballero de su módico calibre llegara hasta ahí, fue una prueba irrefutable de la eficacia de nuestro sistema de igualdad de oportunidades o tal vez del fenómeno de recalentamiento de la atmósfera. Sea como sea, el personaje en cuestión tuvo su oportunidad y, de forma proporcional a sus capacidades, puso su granito de arena en la tarea de estropear el mundo. No tenemos constancia de que Weissmuller impartiera conferencias cuando quedó cesante, pero es cierto que los presidentes nunca se jubilan, dotados como están de una personalidad más fuerte y obsesionados por su gloria histórica. La resistencia a la jubilación de los presidentes de España es un argumento elocuente de la potencia carpetovetónica. El antepenúltimo se ha revelado un orífice de fama, pero es cierto que ya rapaba bonsáis cuando vivía en el palacio de la Moncloa. El último aun tiene más mérito. Sólo ha leído libros en la intimidad, lo que, a un sujeto no presidenciable, no le daría derecho más que para cantar en la ducha. A él en cambio sus lecturas íntimas lo han transformado en profesor universitario e incluso le han granjeado el don de lenguas.