DESDE LA CORTE
Gobierno, puro intermediario
MIENTRAS el señor Aznar da clases de liderazgo mundial en Georgetown, el presidente Zapatero tiene que dar clases de principios democráticos en España. Lo hizo en presencia de Vaclav Klaus, el presidente checo, en La Moncloa. Tuvo que recordar que el Gobierno no es más que un gestor de los deseos ciudadanos. «Son los ciudadanos, explicó, los que quieren las reformas». Lo que sucede es que, tal como lo dijo, sonó de otra forma. Sonó como que el Gobierno no tiene la iniciativa de sus actos, y la sociedad es la culpable de los cambios legislativos. Estamos, una vez más, ante un problema de interpretación de las palabras del presidente. ¿Por qué el señor Zapatero es mal entendido tantas veces? Puede ser, yo no lo descarto, porque hay una predisposición a entenderlo mal. Determinados comunicadores lo esperan cada noche con la navaja abierta. Pero puede ser también porque su ejecutoria da argumentos para la sospecha. ¿Qué ocurre con las iniciativas gubernamentales? Que muchas son encomendadas a terceros, en una gran renuncia a ejercer el liderazgo. Si se habla de la ocupación del tiempo de los escolares durante la clase de Religión, resulta que la ministra San Segundo no tiene un proyecto, sino que le encarga la solución al Consejo de Estado. Si se habla de la reforma de la televisión, el gobierno tampoco tiene un proyecto, sino que lo encomienda a una llamada «comisión de sabios», alguno de los cuales, por cierto, no tiene televisor. A este panorama sólo le falta que el presidente haga creer al personal que su Gobierno no tiene responsabilidad en lo que reforma, sino que los culpables son los ciudadanos. En ese momento es legítimo preguntarle qué ha sido de su capacidad de liderazgo, cómo la ejerce y cómo tabula los deseos de la sociedad, porque, como dijo el señor Bono, «no oigo por la calle un clamor popular que reclame agencias tributarias autonómicas». Aplicado a lo que ocurre estos días, nadie escucha un clamor que le proclame que los matrimonios de homosexuales son más urgentes que el plan de prevención de efectos del precio del petróleo. Conclusiones: Primera: hace bien el presidente en adoctrinarnos sobre cómo un demócrata cumple los mandatos populares. Segunda: algún día deberá explicarnos cómo deslinda los deseos de la militancia de los deseos del conjunto de la sociedad. Tercera: metidos en esa explicación de su actuación política, deberá decirnos dónde está el mandato que hace tan urgente, por ejemplo, la ocupación del poder judicial. Y cuarta: si el presidente se limita a hacer lo que quieren los ciudadanos, habrá anulado sus personales aportaciones de líder. Y eso, como diría Rajoy, es un lujo que no nos podemos permitir.