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SOFÍA CUBRÍA MORÁN SECRETARIA DE EMPLEO Y FORMACIÓN. UNIÓN SINDICAL DE CCOO DE LEÓN
León

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EN EL año 1948 el Gobierno español, dirigido por el dictador Francisco Franco, consciente de la importancia de los antibióticos para la precaria salud de una parte importante de los españoles en la postguerra, consideró un asunto de interés nacional la fabricación de penicilina y otros antibióticos. Y, por ello, impulsó la creación y posteriormente apoyó decididamente el desarrollo de la sociedad que, bajo el nombre de Industria Española de Antibióticos, S. A., formaron los seis laboratorios más importantes del país en aquel momento, como eran las empresas Abelló, Ybys, Zeltia, Leti, Instituto Llorente y Uquifa. Antibióticos, nombre por el que se conocerá popularmente a la empresa, comienza a fabricar en el año 1953, y en sus 50 años de actividad pasa por todos los ciclos de vida industrial. A la implantación de la fabrica en León le sigue el crecimiento, que hizo de ella una de las compañías más importantes y emblemáticas de nuestro país y líder mundial en la producción e investigación de diferentes líneas relacionadas con la penicilina. Pero un ciclo sigue a otro y llega inevitablemente el momento en el que confluyen factores económicos, productivos y especulativos, síntomas de que hay que cuidar la salud de la empresa poniendo en marcha los dispositivos preventivos. Aparentemente así se hace en 1986 cuando «los próceres de la nación» , Mario Conde y Juan Abelló, el primero condenado más tarde por malversar y despistar dinero ajeno, venden Antibióticos a la multinacional Montedison, quien paga por ella una cifra estimada de 58.000 millones de pesetas. De la unión de las factorías que la multinacional tenía en Italia y la española Antibióticos S. A. nace el mayor productor mundial de ampicilina, amoxicilina y cefalexina. Producción que no sólo es el fruto de la actividad en las fábricas de Turín, Ródano y León, todas ellas de su propiedad, sino también de las que posee en Shanghai y Jinan en régimen de agrupación temporal de empresas con el Gobierno chino. Según los balances oficiales, entre 1994 y 1997 la fábrica de León obtuvo 9.500 millones de pesetas de beneficios, pero a partir de 1998 las pérdidas son constantes, siempre según las cuentas oficiales, debido a las fluctuaciones del precio y la demanda de las penicilinas, a las del cambio de moneda y a la caída de los precios de los cefalosporánicos. En las últimas décadas se ha impuesto en el mundo de los negocios una dinámica perversa que, con el fin de obtener una cuota de mercado cada vez mayor, lo que implica mayor dominio y más beneficio, lleva a las empresas a fusionarse o a asociar, en el mejor de los casos y a absorverse unas a otras en la mayoría de ellos. Ese modo de actuar, a priori, parece ser beneficioso para todo el mundo, pero encierra una enorme trampa, pues una vez conseguido el dominio del mercado se empiezan a tener en cuenta sólo criterios de máxima rentabilidad, que utilizan los Consejos de Administración y los directores generales para potenciar unas empresas en detrimento de otras, condenadas al cierre inmediato o a desaparecer lentamente mantenidas con subvenciones de la Administración. Es la técnica del tiburón en el mundo marino: el pez grande siempre acaba por comerse al pez chico. Esta lógica, la del capital, es la que parece que quiso imponer la multinacional Montedison en León de forma encubierta. Después de huelgas y movilizaciones lideradas por los sindicatos y apoyadas por los partidos políticos y las fuerzas sociales leonesas durante el año 2000, la empresa planteó un expediente de regulación de empleo que supuso la baja incentivada de 200 trabajadores y la diversificación de la actividad con la creación de una nueva planta llamada Vitatene, dedicada a producir vitaminas para la alimentación humana y animal a partir del mes de marzo de 2004. Todos los implicados, trabajadores, sindicatos, administración y la propia empresa (quien así lo presentó) creyeron que la intervención quirúrgica había sido un éxito. Aunque no se aplicaron medidas preventivas en el momento adecuado, el mal se pudo eliminar a tiempo. Eso se creyó, ilusos creyentes, pues la fabrica de Antibióticos en León vuelve a tener los mismos problemas que hace cuatro años, o tal es el argumento de su dirección para plantear el reciente expediente de regulación de empleo. Nada se ha hecho para poner en marcha una política seria de compra de nuevas patentes, ni para la apertura de líneas de investigación novedosas. Nada se ha hecho para contrarrestar las fluctuaciones de los precios de las penicilinas y los déficits ocasionados por los cambios Eurodólar. Nada se ha hecho, en definitiva, para evitar unas pérdidas acumuladas de 24 millones de euros entre el balance de 2003 y el de este año, según está previsto. Otra vez los síntomas de la enfermedad son alarmantes, otra vez debemos ponernos en marcha para que SIR Fidia, la nueva multinacional propietaria de Antibióticos desde el año pasado, revitalice la actividad y no intente cerrar la fábrica o dejar que muera lentamente con ayudas oficiales.

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