Diario de León
León

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NADA hay peor que el reaccionarismo encubierto. El matrimonio entre homosexuales está sirviendo para desenmascarar a mucho moderno de boquilla, de esos que dicen respetar lo que haga falta siempre que se no se confunda con lo «suyo», que es lo normal. Los homosexuales no necesitan nuestra condescendencia, sino una ley a la que tienen pleno derecho. Han sido muchos años de chistes en los que la pesadilla del español medio era naufragar con un negrazo de dos metros, muchos años en los que hombría era lo contrario de homosexualidad, muchos años de macho tabernario. Entiendo mejor, aunque sin compartirla, la postura de la Iglesia que la estos falsos tolerantes. Consideran que lo suyo se devalúa si se autoriza el matrimonio entre gais. Os respeto pero lo vuestro es otra cosa, argumentan magnánimos estos guardianes de las esencias, para quienes las relaciones homosexuales son permisibles como anomalía o debilidad patalógica, pero no como una forma de amor. Les aterra que pueda equipararse a lo suyo. Y me pregunto: ¿a ellos qué más les da? Y sobre todo: ¿qué es lo suyo? El gai no necesita de nuestras palmaditas, sino de nuestro respeto y facilidades. No son diferentes a nosotros. Se enamoran y se desenamoran, ríen y lloran. No todos quieren vivir en Chueca, ni son comentaristas del corazón o les gusta vestirse de mujer. Por lo menos, el reaccionarismo clásico daba y da la cara; este nuevo es peor, porque nos llega enmascarado. Los falsos tolerantes además quieren parecer progres. El amor es lo que importa. Y existe un amor homosexual.

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