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Publicado por
RAMÓN PI
León

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LA POLÉMICA sobre los permisos penitenciarios es recurrente, y se reproducirá cada vez que un preso con permiso cometa un delito. La supresión completa de la figura del permiso penitenciario haría pagar a justos por pecadores, y vendría a ser como decir que se cura un dolor de cabeza mediante la decapitación; el dolor de cabeza desaparecerá, pero no parece que el precio que se paga sea muy razonable. Por otro lado, dejar las cosas como están tampoco parece sensato a la vista de lo que está ocurriendo: algo, por lo demás, perfectamente previsible: hasta ahora, que se sepa, no se exigen a los jueces de vigilancia penitenciaria dotes adivinatorias, así que hay que contar con que, de vez en cuando, un preso de permiso o se fugará, o delinquirá, o las dos cosas, como acaba de suceder en Bellvitge. ¿Estamos, pues, ante lo irremediable? Sí y no. Sí, en la medida en que habrá siempre fugas de las cárceles, siempre habrá reincidentes, siempre habrá delitos, y siempre habrá errores de los jueces. Pero hay situaciones que la experiencia debería enseñar a evitar. Por ejemplo, otorgar un permiso penitenciario a un violador que se porta bien en la cárcel ya se sabe que constituye una imprudencia grave, al igual que la organización de excursiones colectivas, como si la cárcel fuese un colegio y los presos, aplicados estudiantes; y hay más situaciones sobre las que existe ya suficiente experiencia para no hacer tonterías. Es posible, y debería al menos intentarse, confeccionar unas normas de elemental prudencia que dejasen ciertos casos fuera de la discrecionalidad del juez de vigilancia penitenciaria.