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FERNANDO ONEGA
León

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LA FIESTA nacional del 2004 ha tenido, por lo menos, resonancia política. Hasta ahora pasaba desapercibida. Tan desapercibida que, si preguntásemos por la calle cuándo España celebra esa Fiesta, nos encontraríamos con esta sorpresa: la gente no lo sabe. Conocemos la fiesta de la comunidad autónoma y todos los puentes posibles del año; pero somos una nación que ignoramos cuándo es la fiesta nacional. El 12 de octubre es, para la mayoría, la conmemoración del descubrimiento de América. Hay un desfile militar, pero con tan poca historia en esa fecha, que parece un homenaje al Ejército. El puente laboral es el puente del Pilar, como recuerdan los avisos de Tráfico en las carreteras. Pero lo de fiesta nacional queda para minorías. Es todo un síntoma de nuestra salud unitaria. Ahora, gracias a la capacidad de agitación de José Bono y a la respuesta que dieron los nacionalistas, todo el mundo sabe qué se celebró el 12 de octubre. Y sabe también que el desfile militar no cierra una Semana de las Fuerzas Armadas, como ocurrió siempre, sino que es la expresión vistosa y acorazada del día de España. Fuera de eso y del ceremonial de colorido, queda un gran asunto para meditar: ¿acertó Bono con sus reformas? Soy de los que piensan que sí. Acertó al prescindir de la bandera de Estados Unidos, aunque el momento haya sido el menos oportuno. Acertó al intentar una imagen de concordia con el desfile de un veterano de la División Azul y otro de la División Leclerc. Acertó al rendir tributo a las tropas que liberaron París de la ocupación nazi. Y creo que acertó, incluso, al cambiar tres de los versos de homenaje a los caídos. Todo esto revela ansia de reconciliación y, como tal, merece elogio. Si Bono no hubiera hecho nada, si se hubiera limitado a organizar el desfile de siempre, no tendría ningún problema. La objeción que este cronista le hace al ministro es el tono. Se puede prescindir de las tropas americanas sin ese discurso de la sumisión y las rodillas, y se puede rendir tributo a las fuerzas armadas sin ese tono de arenga permanente y de patria vieja, que ya no dicen ni los sargentos de cuchara. Y la pregunta de fondo: ¿este país no estaba reconciliado ya? Hace casi 30 años que Manuel Fraga y Santiago Carrillo se dieron la mano en un célebre encuentro en el Club Siglo XXI. En los ejércitos nadie observa un tono de división política ni de recuerdo de la contienda, porque ningún militar en activo la vivió. Y, por las innovaciones producidas este año, éste ha sido el desfile en que más se habló de la Guerra Civil y de las Españas enfrentadas. Nos queda la duda de si un gesto de buena voluntad ha servido para reabrir heridas. Si hubo algún error, ha sido ése.