EN BLANCO
Nuevas familias
CON LA FAMILIA no acaba el divorcio, ni el matrimonio homosexual ni su derecho a la adopción de niños, sino cosas como el precio demencial de la vivienda, el uso del amor como bien de consumo o las interminables jornadas laborales de los cónyuges. Eso que llamamos familia tradicional pasó a mejor o a peor vida hace varias décadas. Bien es cierto que desde que el deseo amoroso o el amor romántico con los argumentos principales de la construcción de la pareja, ésta se resiente lo suyo, y con ella en contrato matrimonial, cuando sus llamas abrasadoras se desvanecen, pero no lo es menos que la pareja que supera esa fase de transformación del fuego en calor puede considerarse una pareja a prueba de bombas, y también, en consecuencia, la familia que se ha construido. La familia tradicional solía ser, por el contrario, duradera, pero ello porque el amor y la comunicación contaban muy poco en su funcionamiento y porque la mujer sacrificaba su vida profesional y de relación, o sea, su vida, en el cuidado de la manada, pero ya se ha visto que hasta las cosas que duran llevan llevan la fecha de caducidad impresa en el alma. Ahora la familia es de muchas maneras porque se adapta a las diversas necesidades y temperamentos de las personas, y quien aprecien de veras esa institución medio natural, medio artificial, habrá de saludar con alegría de legalización de la que se habían construido o quieren construir, en régimen de igualdad de deberes y derechos, los homosexuales. Porque, además, esas nuevas familias vienen de algún modo a llenar el vacío que dejó la extinta familia de antaño, que duró hasta que ya no pudo durar más.