LA VELETA
La patria faltó a la cita
CADA ESPAÑOL es un mundo, un mundo cuyas fronteras emocionales e ideológicas albergan una historia personal y, a menudo, una interpretación peculiar de la gran historia. Ayer se celebró la fiesta nacional de España, y en las vísperas abundaron las discrepancias sobre el estilo de la celebración oficial. Que si la identidad nacional no debe verse representada por el Ejército; que si los actos no reflejaban la pluralidad del país; que si debieran haber desfilado soldados norteamericanos, como en los dos últimos años; que si la presencia de Pasqual Maragall no representaba al Gobierno tripartito de la Generalitat (absurda afirmación de Carod-Rovira, de ERC)... en fin, criterios y opiniones de todos esos mundos individualizados que forman la galaxia social española. Todas las sociedades avanzadas de nuestro entorno exhiben gran riqueza de opiniones y criterios, pero sobre sus fiestas nacionales no surgen discrepancias. El secreto de esa afinidad colectiva sobre una simple efeméride no sería otro que el de la idea compartida de Patria, con mayúscula, una idea que la España actual tiene en desuso, tal vez como reacción al abuso que hizo de ella la dictadura franquista. Pero si, desprendiéndose de aquella dictadura, supo la sociedad española implantar una democracia, ya iría siendo hora de rescatar la idea de Patria de las cenizas de aquel régimen y de encarnar en el adjetivo patriótico sentimientos comunes que no hirieran ni sensibilidades nacionalistas, con sus patrias locales, ni la de tantos políticos como ven en la patria una palabra cursi. Y eso es tan cursi como sustituir patria por Estado. La patria es algo más que el Estado. El Estado es la articulación política de la patria, pero la Patria es el sentimiento del Estado. Y toda sociedad necesita un sentimiento común en el que pueda identificarse. Habría intentado el ministro Bono, de Defensa, organizar la fiesta nacional de este año como la de una concordia entre bandos españoles que ya son Historia, y que nada o muy poco representan. Sin embargo, aún persiste su recuerdo, un recuerdo que reaviva la memoria de nuestro último enfrentamiento civil, simbolizado ayer sin demasiada exactitud. Pero ninguno de los dos divisionarios que rindieron homenaje a los caídos, incluidos los del 11-M y del Yak-42, fueron verdugo y víctima. Sólo son supervivientes de la época más negra de nuestro siglo pasado, una constelación de errores, excepto en su último cuarto, con la democracia nacida o renacida. Una democracia que tendría como asignatura pendiente la de recuperar la idea de patria, pero no como arma arrojadiza sino como un concepto capaz de albergar todas las diferencias.