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TRIBUNA

Zapatero tenía entonces catorce años

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NI SIQUIERA quienes hemos escrito libros y guiones de televisión sobre ello nos acordábamos ya, pero lo cierto es que anteayer, 11 de octubre, se cumplieron treinta años de aquel congreso de Suresnes, que tanta tinta hizo correr porque en él se impusieron Felipe González y su equipo a los históricos del PSOE comandados por Rodolfo Llopis. Los socialistas renovados se hicieron con el control del partido de Pablo Iglesias, lo fortalecieron, lo modernizaron y se prepararon para llegar al poder en una España que, como la de aquel otoño de 1974, esperaba ya la muerte de Franco y la apertura de un período de libertades democráticas. José Luis Rodríguez Zapatero había cumplido, aquel mes de agosto de 1974, catorce años. Un cuarto de siglo después llegaría a ser secretario general del PSOE, tras un período de turbulencias inaugurado con la dimisión de Felipe González como líder del partido una vez que perdió las elecciones frente a José María Aznar, en 1996. De los de la foto de Suresnes apenas queda, ocupando un escaño en el Congreso de los Diputados, un Alfonso Guerra que se mantiene en segundo plano, casi como un prejubilable. Manuel Chaves, que no aparece en imagen alguna en Suresnes, pero que era un elemento importante en aquel grupo sevillano que quiso dinamizar el aletargado PSOE que hasta entonces se comandaba desde el exilio en Toulouse, es el único que hoy en día tiene cierta preponderancia política, como presidente del partido y presidente de la Junta de Andalucía. No hace mucho que cumplió los sesenta. Pero toda aquella generación lleva un lustro en segundo plano, y todo aquello de Suresnes es apenas una batallita más del abuelito. Agua pasada. En aquel tiempo, el PCE era un partido clandestino, pero bien organizado y con terminales en muchos puntos clave de la sociedad, dirigido desde París por Santiago Carrillo. Y Manuel Fraga era un exiliado de lujo del franquismo más duro, organizando a su manera el futuro desde la embajada de Londres. Dos años después, tras la muerte de Franco un 20 de noviembre de 1975, Fraga Iribarne sería nombrado vicepresidente y ministro de la Gobernación (Interior) en el primer Gobierno de la Monarquía, presidido por Arias Navarro. Duró pocos meses y, tras la designación de Adolfo Suárez para una presidencia del Gobierno que Don Manuel siempre pensó que le pertenecía a él casi por derecho natural, se dedicó a organizar su partido, Alianza Popular, rebautizado como Partido Popular algo menos de década y media más tarde. Mucho ha cambiado, como se ve, el panorama de los partidos, que siguen sujetos a turbulencias, porque quizá hayan evolucionado menos, y peor, que el conjunto de la sociedad. No hay más que ver lo que está ocurriendo en Madrid, en el PP o en el PCE, o lo que ocurrió hace poco más de un año en la Federación Socialista Madrileña. Claro, treinta años es mucho tiempo en la vida de un país en el que cada día se da un acontecimiento político, aunque sea un período muy corto para quienes se encargarán de escribir la Historia. Ni un recuerdo, ni un homenaje, se han dedicado desde la sede de Ferraz a aquello de Suresnes, el XIII congreso del PSOE que fue presidido por François Mitterrand y que fue vigilado, desde fuera, por miembros de la policía política del franquismo, desplazados a aquella localidad cercana a París para enterarse de cómo sucedía el ascenso de Isidoro, un abogado laboralista de Sevilla cuya estrella política, desde una relativa clandestinidad, parecía estar en alza. Claro que, según todos los indicios, a quien realmente seguían los policías era a Nicolás Redondo, el histórico dirigente sindical hoy bastante apartado de la línea orgánica socialista (lo mismo que su hijo), y a Enrique Múgica, un ex comunista con amplio historial en la Brigada político-social, encargada de perseguir a la oposición política. Hoy, Múgica, defensor del pueblo, tampoco parece ser santo de la devoción de los actuales mandatarios, gentes nuevas que llegaron al PSOE después, o mucho después, de la muerte de Franco, o que ni siquiera militan en el PSOE, y que se resisten a comprender la dureza de sobrevivir a aquellos tiempos. Si Nicolás Redondo hubiera querido asumir el cargo de primer secretario de aquel PSOE que se oponía a los viejos mandatarios del exilio, la historia hubiera sido muy otra, y Felipe González quizá no hubiera llegado a presidir el Gobierno de España. O quizá sí, quién sabe. En todo caso, muchas cosas han sucedido en el campo socialista en estos treinta años, desde la aplastante victoria electoral del PSOE en octubre de 1982, frente a una UCD que, liderada por Leopoldo Calvo-Sotelo y Landelino Lavilla, se desmoronaba, hasta el turbulento período encarnado por dos figuras de valía, pero contrapuestas, como Joaquín Almunia y José Borrell, hoy ambos con relevantes puestos en Europa y alejados, por tanto, de la primera línea de batalla política nacional. Ninguno de los dos sobrepasa, que yo recuerde, los cincuenta y seis años, y ambos tienen tras de sí un largo currículum como ministros con importantes responsabilidades. El propio Bono, que presentaba lista alternativa a la de Zapatero en aquel congreso del año 2000, cuenta en la actualidad con cincuenta y cuatro años, y llevaba dos décadas presidiendo Castilla-La Mancha. Muchos nombres, que parecían muy prometedores políticamente hablando, han quedado arrumbados en la cuneta, olvidados. Muchas alianzas acabaron en enemistades irreconciliables, y viceversa, porque la política hace extraños compañeros de cama y deshace matrimonios bien avenidos en la víspera de cumplir sus bodas de plata. Lo curioso es que en estos treinta años se ha producido no una renovación generacional, sino probablemente dos: en el PSOE, de Felipe González se pasó por Almunia y Borrell antes de llegar a Zapatero; en el PP, Fraga fue sustituido por Herrero de Miñón, por Hernández Mancha y por Aznar antes de llegarse a la figura de Rajoy. Carrillo fue reemplazado al frente del PCE por Gerardo Iglesias -hoy enfermo y olvidado de todos en Asturias-, por Anguita, por Frutos, por Llamazares -en continua pelea con Frutos-. Y, así, muchos políticos que en la mayor parte de los países europeos se hallarían en pleno disfrute del poder o batallando en las trincheras desde la oposición, son hoy, sin haber llegado a los sesenta, o habiéndolos sobrepasado por poco, ilustres jubilados. La renovación en los principales partidos nacionalistas tardó más, y tanto Arzalluz -inexistente en política en 1974- como, sobre todo, Pujol -que en 1974, precisamente, creó Convergencia Democrática de Catalunya-, parecían ir a eternizarse al frente de PNV y CiU, respectivamente, pero también les llegó la hora del relevo. Seguramente, quien sustituirá a Rajoy, a ZP, a Llamazares, forma ya parte de alguna ejecutiva regional de sus partidos. Y es que, en España, para bien o para mal, se llega al poder joven y se marcha uno siendo aún joven. Cosa que nuestros políticos, tan dados a la vanagloria, deberían meditar de cuando en cuando, aprovechando efemérides como esta de Suresnes; la sociedad española va muy aprisa y la de Manuel Fraga y su pervivencia política no es sino la excepción, la única excepción, que confirma la regla.