Diario de León

DESDE LA CORTE

Eclipse temporal de un mito

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FERNANDO ONEGA
León

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POCO duró la carrera hacia el poder popular en Madrid. Ayer, el general Gallardón se rindió y entregó a Esperanza Aguirre las llaves de la fortaleza. Si alguien sospechaba ese desenlace, no se atrevió a escribirlo. ¡Qué digo! No se atrevió ni a pensarlo, porque ¿cómo iba a durar sólo una semana una pelea planteada en términos de centrismo contra derecha? ¿Cómo iba a resistir tan poco una lista en la que se jugaba su imagen y prestigio un señor que muchos ven como futuro presidente del Gobierno? La retirada de Cobo era una posibilidad remota, sólo planteable después de que el mismo Cobo auscultara a uno a uno a los militantes y midiera sus posibilidades de éxito. No hizo falta. Bastó una reunión de la Junta Regional y escuchar los discursos que allí se dijeron para adivinar la catástrofe. Aquello era peor que lo vaticinado por Esperanza Aguirre, que había anunciado una victoria por 80-20. Aquello tenía el aspecto de ser una barrida como la de Florentino Pérez a sus oponentes en las últimas elecciones a la presidencia del Real Madrid. Hay que decir que a Ruiz Gallardón le honra su comportamiento en la salida de la crisis. Podía prolongar la tensión, aunque fuese agónica, con el consiguiente daño al partido, y no lo hizo. Podía buscar mil excusas, como las referidas a la unidad del partido, y tampoco lo hizo. Aceptó el desenlace como una derrota. Como algo tan obvio, que no valía la pena ni someterlo a las urnas. Es una humillación para sus aspiraciones de liderazgo, pero un detalle de sinceridad. A Mariano Rajoy le funcionó perfectamente su estrategia. No quiso meterse en el conflicto, porque no podía ponerse del lado de ningún contrincante y lo sorteó con talante liberal. Pero eso sólo sucedió en lo aparente, porque hay que suponer que, como presidente del partido, intuía por dónde iban las querencias de la militancia. Al dejar que fuese esa militancia la encargada de depurar la crisis, queda fuera de la polémica y le entregan el resultado que buscaba. Todo le funcionó como movido por la ley de la gravedad. De forma parecida «sobrevoló» sobre la crisis Baltar. A eso se le llamábamos ayer «serenidad». Hoy tenemos que añadir otra cualidad: astucia. La pregunta morbosa del momento es qué hará ahora Ruiz Gallardón al verse derrotado, no por la dirección, sino por las bases. De momento, se recluye en el Ayuntamiento. Vuelve a ser alcalde a tiempo completo. Aparca temporalmente, pero con la humildad que corresponde al momento, sus aspiraciones en la política nacional. Ya no es un triunfador evidente, sino un hombre vulnerable. En cierto modo, acabamos de asistir al eclipse de un mito. Pero, conociéndole, pongámosle un calificativo: es un eclipse temporal.

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