Diario de León
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FERNANDO DE ARVIZU PARLAMENTARIO REGIONAL Y EX SENADOR
León

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EN LA INDIA, las vacas son sagradas. Pueden ir por donde quieran sin que nadie las moleste. Se paran donde les apetece aunque haya que desviar el tráfico. Estos pacíficos rumiantes tienen el derecho a hacer lo que les venga en gana sin que por su parte tengan que hacer nada para corresponder a la deferencia. Comen y beben allí donde gustan y a la inversa, descomen y desbeben donde les peta. Tan solo está permitido aprovechar sus excrementos, pues forman una excelente argamasa que reemplaza con ventaja a los adobes que aún se ven en muchas casas antiguas de nuestras tierras. También en política existen las vacas sagradas , con unos rasgos muy característicos que me parece importante describir. Vamos a ello. El político que asume la condición de vaca sagrada prestó en tiempos lejanos algunos servicios a su partido que se consideraron importantes y por lo tanto, dignos de un reconocimiento prolongado en el tiempo. Con el transcurso de los años y de las legislaturas, los servicios acabaron olvidándose, pero no los derechos presuntamente adquiridos a seguir revalidando elección tras elección el cargo que se ocupaba. Así, aunque a otros compañeros de lista se les quite porque hay que renovar y dar paso a gente nueva, la vaca sagrada queda siempre fuera de tal política renovadora. Además, el agraciado por tal condición no se cree en la obligación de cumplir con los cometidos ordinarios de un cargo electo. Sabe que el origen de su privilegiada situación está en servicios pretéritos y que por lo tanto, no tiene que hacer otra cosa sino cobrar los réditos. Le preocupa poco la opinión pública, como le preocupan poco los compañeros de su propio partido que se preguntan por qué está donde está. Y sobre todo, para qué sigue donde está, si no hace nada -al menos en apariencia- que lo justifique. Suele moverse con soltura en las altas esferas de su partido, dando a entender a cada nuevo dirigente que él está allí porque el partido se lo debe, por razones que sólo conoce quien las tiene que conocer y que no deben hacerse públicas en ningún caso. Intentar conocerlas y mucho menos ponerlas en duda, es una verdadera osadía que acarrearía funestas consecuencias políticas para el curioso. Por otra parte, suele camuflarse en puestos seguros en una lista, que le permitan seguir ocupando su cargo sin tener que aparecer como cabeza de candidatura, aunque puede verse obligado a encabezarla por la fuerza de las circunstancias. Si gana, añade un triunfo más a sus méritos. Si pierde, simplemente sigue ahí sin permitir la menor crítica a su digital designación. No sólo se da tal espécimen en los cargos electos, sino que también está entre los designados, con una capacidad para el rebote -entiéndase, ir de un cargo a otro- que suscitaría las envidias de cualquier pelotari. Es curioso comprobar -y se puede, aunque no es fácil- cómo un núcleo de personas están siempre en el gobierno y con todos los gobiernos, aunque sean de signo distinto. Este núcleo es reducido y algunos sociólogos de la política le llaman el sistema , porque siempre están en él como piezas irremplazables. Muchas veces, hay que seguir la genealogía no de ellos, sino de sus esposas o maridos para entender su inexplicable continuidad. Cuando se habla de vacas sagradas, no es lícito englobar en tal denominación a los políticos -hombres y mujeres- que están en la primera línea de brega, y que dan la batalla hasta el límite elección tras elección. Creo que en ello pueden ponerse como paradigma -al objeto de evitar herir sensibilidades locales- a Esperanza Aguirre y a Alberto Ruiz Gallardón. Pese a que la televisión oficial y la prensa polanquista traten de presentar las rivalidades entre ambos como una ruptura en el PP de Madrid, a los dos hay que reconocerles valía personal, carisma político y gran capacidad de trabajo. Si ambos quieren presentarse a un Congreso Regional para dirigir su partido, ¿qué mal hay en ello? A unos les gustará más una, a otro el otro. Pero la pugna política según las reglas no sólo no daña al partido, sino que lo revigoriza. Un partido político no es el Ejército, donde a uno le mandan que marque el paso y no puede parar hasta que se lo ordenen. No, en un partido se está porque se asume una empresa política común, y donde la disciplina no surge por temor al expediente, sino por la identificación con el proyecto políticos y con los dirigentes que lo encarnan. Por eso, después de 27 años de democracia, las vacas sagradas son figuras a proscribir de la política española. Así son las cosas o al menos así debieran ser. Porque cuando las ideas contradicen a los hechos -como dijo un filósofo- tanto peor para los hechos, pues es la sociedad entera quien lo paga.

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