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Publicado por
FERNANDO ONEGA
León

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AL PRESIDENTE Zapatero le han dado resuelta una parte de su declaración ante la Comisión del 11-M. Como se recordará, el portavoz del PP, señor Zaplana, había anunciado que el Presidente tendría que explicar qué se está haciendo en la lucha contra el terrorismo islamista. Supongo que la intención de la oposición es -era hasta ayer-demostrar que este gobierno, que tanto acusa de falta de previsión al anterior, ha o había cometido el mismo pecado. Para ello sólo necesitaba un mínimo discurs0o: alegar que en los últimos seis meses no se habían producido detenciones. Si ésa era la intención, Rodríguez Zapatero ya puede llegar a la Comisión con hechos bajo el brazo: por primera vez se ha conseguido deshacer un comando que tenía elaborado un proyecto de gran atentado. Es el segundo gran éxito policial del equipo del ministro José Antonio Alonso. Si sus primeros pasos en Interior fueron titubeantes y hasta contradictorios, hoy parece haber recuperado la estela de los grandes ministros del Interior. Al margen de estas elementales consideraciones políticas, las detenciones de islamistas producen sensaciones contradictorias de tranquilidad y alarma. Tranquilidad, porque, si son ciertas todas las informaciones, se ha conseguido abortar un atentado de máxima crueldad. Alarma, porque significa que el terrorismo islamista no se conforma con las 191 víctimas mortales del 11 de Marzo. Sigue ahí. Quiere más sangre. Alguna mente diabólica sigue maquinando cómo volver a llenar de muerte y de dolor a este país. Es difícil calcular el daño que podría hacer un camión con 500 quilos de explosivos en medio de una gran ciudad. Ignoro las posibilidades que tenían esos detenidos de culminar su acción asesina. Ignoro incluso si los presos de ETA que habían contactado eran realmente eficaces para abastecerles de dinamita. Pero ésas, ahora mismo, son dudas secundarias. Lo evidente es que se buscaba provocar el mayor daño posible. El eco mundial que tuvo el 11-M parece exigir a las mentes enloquecidas del terror superar aquel impacto. Constatado eso, la conclusión es: vivimos sobre un polvorín que puede estallar en cualquier lugar. La dispersión de los detenidos, que fueron localizados en puntos muy distantes de la geografía; su aparente «bondad» personal; la diversidad de sus trabajos, o las conexiones que tenían en cárceles también diferentes indican que estamos ante activistas difíciles de detectar. Sólo se puede llegar a ellos con una investigación larga, lenta, complicada, tenaz y cara. Los cuatro primeros adjetivos los aporta la Policía. El último («cara») sólo lo resuelven los Presupuestos. Vista la crueldad de intenciones, se ha convertido en la primera prioridad del Estado.

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