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Publicado por
JOSÉ CAVERO
León

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HAN TRANSCURRIDO ya algunos días desde que la crisis en el PP de Madrid estallara con estrépito y empezara a desaparecer de la actualidad tras el reconocimiento de Ruiz Gallardón de que iba a perder por goleada en un eventual enfrentamiento de listas con la de su adversaria, y sin embargo amiga y correligionaria Esperanza Aguirre. La retirada de la candidatura del gallardonista Manuel Cobo fue el estruendoso final de una pelea que tuvo algún momento particularmente inolvidable para los perdedores. Uno de ellos, especialmente significado por la defensa a ultranza de las posturas del alcalde de la ciudad, exponía a este periodista con apreciable crudeza y lucidez su visión de los acontecimientos. Por ejemplo, habla de heridas sufridas, de golpes encajados, de magulladuras morales y de efectos de larga duración. Incluso, cuando hace el relato de los acontecido, se acompaña en su descripción de gestos de dolor y angustia. Padece auténtico síndrome postraumático. Las heridas las reciben los gallardonistas, por supuesto, de su rival Aguirre, empezando por el desprecio público que les demuestra: «Calladito estabas mejor. Has vuelto a meter la pata, Alberto», dice en el comienzo del combate, tras una cena en la que el alcalde no consigue la atención que reclamaba de la presidenta y decide hacerle frente con candidatura propia. Y de inmediato se produce la gran zancadilla inesperada: el secretario general Acebes se sitúa con Aguirre y contra Gallardón de manera inequívoca. Seguidamente, otros que han dudado o aún titubean se apresuran a alinearse con el mando. Gallardón confía en que Rajoy impondrá unas normas de juego limpio, y el líder del PP hasta parece hacer un gesto en ese sentido, cuando dice que son perfectamente democráticas dos listas de candidatos. Pero en eso se queda todo. En eso, y en dar su respaldo inequívoco al secretario general, ya perfectamente implicado con uno de los bandos. Para nuestro interlocutor, ese comportamiento de los dos líderes es el meollo del drama. Hasta llegar a una opinión tajante: Acebes es una designación desacertada y Rajoy también, por cuanto prefiere ver los toros desde la barrera, no responsabilizarse de nada o, acaso, machacar a quien cualquier día pudiera serle alternativa... Los gallardonistas insisten en que no había esa intención de copar el poder total en el partido madrileño que algunos les atribuyen. Aspiraron, sencillamente, a participar, pero no se les dejó la menor opción. Y han llegado a sospechar si ése era, en realidad, su partido, porque se les negaba en él el pan y la sal. No había lugar para sus autocríticas, y tan sólo se aprecia su capacidad para ganar elecciones al adversario. «Sólo nos admiten valía como gestores, y a esa condición nos reducen. Y a eso seguiremos dedicándonos: a gobernar Madrid lo mejor posible. Para volver a ser imprescindibles en las elecciones de 2007...».

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