Diario de León
Publicado por
FERNANDO DE ARVIZU
León

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EL DIRECTOR del Diario de León ha tenido a bien proponerme pasar a ser colaborador del periódico con una contribución semanal. Agradezco el honor y acepto el compromiso. Por tanto, dejo desde hoy de escribir en el espacio «Tribuna» y ocupo este lugar que se llamará «A campana tañida». La elección del nombre genérico no es caprichosa. Quiere enlazar con una tradición muy leonesa, y tan antigua que, como se decía en los documentos de otros tiempos, «memoria de hombres no es en contrario». Cuando había asuntos que tratar en un concejo abierto, éste se celebraba normalmente el domingo a la salida de la misa y precedido del tañido de la campana o toque de concejo, llevando a la práctica otra vieja máxima jurídica de este reino: lo que a todos atañe, por todos debe tratarse. Así quiero yo comparecer ante los lectores del periódico, para decir lo que pienso con humildad, sin pretender dar lecciones, cosa completamente inútil en una tierra donde nadie es más que nadie. Pero también con claridad. Soy un catedrático que desde 1993 está en la política activa, pero no un político que tiene una cátedra. Parece lo mismo pero no lo es, porque aquí el orden de factores sí que altera el producto. En la Universidad se aprende a vivir con libertad, a usar del espíritu crítico, a no comulgar con ruedas de molino y a examinar las cosas en todas sus partes y con todos sus matices. Quizá por ello algunos universitarios se dedican también a la actividad política, desde el puesto que les toque. Así ha ocurrido en mi caso. Aunque haya estado y esté ahora en un parlamento, de la Universidad no me fui jamás: llevo en ella 32 años de docencia. Y desde lo que estar en la Universidad significa, he encarado toda mi actividad política, incluso en la etapa breve en que fui Senador. Pero no por estar en la actividad política, que siempre ha sido parlamentaria, me he de convertir en escritor de libelos, pues se me ha ofrecido este espacio en el periódico para escribir sobre lo que pasa, sobre lo que a todos atañe, sobre lo que a todos preocupa. Y he de escribir con libertad, con la libertad que en la Universidad aprendimos y practicamos; sin faltar a la verdad y sin perder la coherencia entre lo que uno piensa y lo que dice. Esta es una connotación moral, desde luego. Y no me parece rechazable, sino al contrario, pues esa coherencia es lo que da credibilidad a lo que se dice y a lo que se escribe. Si todos pudiésemos andar nuestro camino de esa manera, a buen seguro que el mundo marcharía mejor de lo que va. Mi profesión es la de historiador del Derecho. El Derecho fija las reglas de convivencia de toda sociedad. El Derecho histórico nos habla de la experiencia de nuestros mayores, de cómo encararon y de cómo resolvieron -o no- los problemas de su tiempo. Me parece que de nuestra Historia, de la Historia de nuestras venerables leyes y costumbres, se pueden extraer excelentes enseñanzas para el tiempo presente. Sabido es que los pueblos que desprecian su Historia están condenados a repetirla. Cuando sea el caso, de ella habrá que sacar las lecciones pertinentes para iluminar las cosas de hoy. Y decirlas aquí, con todo respeto. Claramente: «a campana tañida».

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